viernes, 16 de agosto de 2013

Reino de España: putrefacción de altos cargos

Rescatada dos veces, con la imposición de los mandatos de Alemania y el juego oscuro de grandes bancos, España sigue en su camino de crisis y desesperación. El nivel de desempleo es altísimo y los intentos de resurgir no parecen tener la solidez suficiente. Y ahora, la desesperanza está por todos lados. Ya el español medio de regodea de fracasos y despistes que se dan en España, como si fuese una enfermiza afición celebrar que estamos mal y que hemos de seguir así. ¿No miramos los puntos positivos? ¿No decimos que esto tiene que arreglarse de una vez por todas con gente nueva? ¿A qué esperamos? Criticar sentado no ayuda y creemos entonces que reírnos del fracaso del proyecto llamado España no es ajeno y muy lejano. Hacer la revolución por las redes sociales no va a cambiar el statu quo muy fácilmente. Va a ser arduo recuperarse, y consumirá mucho tiempo, pero es necesario hacerlo.

No es el deber moral y místico, casi paternalista, de sí o sí ayudar al Estado que te dio cosas y que se las tienes que retribuir siempre. Si no te ofrece zona para la que te ha preparado no puedes aportarle (o devolverle) lo que te dio. El Estado ya de por sí obtiene beneficios por invertir en sus ciudadanos, ya sea publicitarios para afuera o la captación de intereses hacia ese mismo país. Lo que es realmente es un poco de seriedad. Si tienes nicho o no quieres salir del país es de cajón pensar que es el momento de contribuir a cambiar las tornas. O incluso alguien desde fuera puede desviar algo para que revierta a su país. No solo con trabajo o con dejar de homenajear a los que podían cobrarte sin factura (o celebrar a aquellos que años atrás defendían que una familia de cuatro o cinco miembros debía tener tres automóviles para una población que no alcanza los ocho mil habitantes), puedes meterte incluso en política. Sí, esos sectores vilipendiados por la sociedad. Son vitales para el funcionamiento democrático, quizás no de la manera que hoy en día se mueven, pero el sistema representativo y la cantidad de población actual hacen que sean indispensables. Y gente nueva es necesaria, puesto que las más altas instituciones del Estado están podridas y envueltas en casos de corrupción.

La Corona tiene el azote del caso Urdangarin y las sospechas continuas sobre la participación activa de la Infanta. Sus puestas al día son muy tardías y siempre como paliativo a algún hecho que les repercute negativamente (bajada de sueldos y retenciones, junto al impulso en Internet y su afán por entrar en la Ley de transparencia son por ejemplo unas de sus reacciones). Juicios al entorno del Rey que nunca llevan a nada, además de sus propios problemas que arrastran desde los escándalos bancarios de los años 1990. Quizás esté todo esto pululando para evitar que el Monarca quede en jaque y pone como viene siendo habitual varios cortafuegos. Lo que es cierto es que en la institución que se mantiene por apego popular en función de su capacidad representativa y aglutinadora, está fallando en eso mismo: sin ejemplaridad ni transparencia le flaquea este importante pilar y si no se remedia a tiempo la caída en afecto puede llegar a niveles fatales.

El Gobierno está en un proceso de destrucción y deriva. El caso Bárcenas y la política timorata de Rajoy han llevado a España a una acefalía y descrédito sin precedentes. Ni siquiera Zapatero tenía un bagaje tan malo. Incumplir el programa electoral y apostar por ocultar trapos sucios ha hecho que caigan en intención de voto y se hable de una dimisión presidencial antes de fin de año. Casos de corrupción similares en autonomías regidas por los populares hacen que no tenga fuerza ni crédito en los intentos de recuperación que avisan. El progreso del caso de la contabilidad B puede llegar a hacer imposible a los políticos seguir en tales puestos ante la imputación plausible que les puede tocar. Vale que la famosa prima de riesgo ya haya quedado en el baúl del olvido, pero la degradación de su legitimidad (ya que no de legalidad) es enorme. Rajoy y su pereza por hablar y aclarar las cosas más que ayudar a lavar la imagen internacional de España habla de que su líder ejecutivo ya ha quemado todos sus cartuchos antes de llegar a su segundo año de mandato. Puede que a estos niveles se conozcan muchas cosas, y muchos escándalos de otros poderes (o el nuevo conflicto con Gibraltar) sean cortinas de humo que lanzan sospechosamente una detrás de otra para intentar que el electorado olvide cuanto antes en arrebatos de indignación.

Las Cortes Generales se han convertido en una marioneta del Gobierno de turno. Es verdad que influye mucho que los miembros gubernamentales sean también diputados y se hace difusa dicha separación de poderes, pero podría tener una visión más crítica, incluso con los suyos. Deberían actual como poder legislativo y no como mero aceptador de las leyes que prepara el Gobierno, o de papel de criticador. Oposición también es plantear alternativas y exponerlas claramente y no solo con miras electorales. La cantidad de corruptos no parece en el fondo preocupar al español medio: se indigna, sí, pero piensa que todos son iguales y que solo hay dos partidos (¿qué serán entonces las otras veinte boletas que encuentra el día de las elecciones al lado de estas dos?). Si bien cae el PP en intención de voto y le hace perder la mayoría absoluta, sigue siendo el grupo con mayor representación, puesto que la caída del PSOE en intención de voto es todavía más catastrófica, signo claro de que siguen los socialistas haciendo un viaje a ninguna parte junto a los escándalos de corrupción andaluces que amenazan con llevarse al hoyo a varios personajes importantes del partido. El resto de formaciones suben, pero lentamente, no solo por desafectos, sino por la horrenda ley electoral. ¿Y el Senado? Pues no quiere sobrevivir a esto. Siempre hay hermosas declaraciones de reforma pero nunca más lo solicitan. Si no lo hacen ellos, ¿esperan a una paloma mística que se queje? Además, muchos senadores están enfangados en los mismos asuntos que los diputados, luego su reserva moral está igual de minada.

La Justicia tampoco tiene nada que celebrar. Ni el Tribunal Supremo ni el Constitucional. Ambos se jactan de que son constituidos en intereses políticos y que la separación de poderes solo se da en el papel. Nadie se sonroja cuando hablan de que pertenecen a claras afinidades políticas y que el número de unos y otros siempre anda pactado. Ni se avergüenzan de seguir afiliados a partidos políticos. Como no pueden erradicar sus simpatías al menos que tengan la dignidad de querer ser un poco imparciales y que digan que es necesario cortar lazos con los políticos. Desde 1985 se sigue manipulando los sectores de la Justicia y ninguno se levanta contra la mano que le da de comer.

Y mientras el Defensor del Pueblo y el Tribunal de Cuentas sigan regidos por partidos políticos el resto de instituciones no van a sostener el peso de la esperanza y el ansia de representatividad. Desde chicos nos han inculcado la idea de un líder místico y salvador, ya sea algo de la religión, de la política, vivo o una entelequia. Somos el Estado, luego no esperemos que el Estado solo va a moverse si no hacemos nada. Es momento de la organización. El nacionalismo o los niveles políticos autonómicos tampoco se demuestran como libres de culpa y manos limpias. ¿Diputaciones? Mejor ni hablar de ellas, centro de clientelismos y de actividades superfluas. Y corrupciones en alcaldías tampoco son anecdóticas. Quedamos nosotros, ya sea para cambiar de sistema o para mantenerlo, bien igual, bien modificado o mejorado. Somos nosotros los que tenemos que ocupar los cargos que decimos que no funcionan, o al menos fiscalizar de que los que los ocupan no se crean dioses. No olvidemos que aunque dentro de un partido solo se benefician en subir a los que no son trigo limpio solo son extractos de la sociedad de la que provienen. Seamos serios y comportémonos ciudadanamente. Quejarse está bien, pero ha de ir acompañado de algo constructivo en todos los sentidos. El porvenir nos lo va a agradecer. Y nosotros mismos también, ¿por qué no?

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