viernes, 18 de octubre de 2013

Diario de Viaje: Tours (Septiembre de 2013)

Pues nada mejor que para empezar el año lectivo que hacer un fin de semana de escapada cultural. Sobre todo si se alquila un coche con el que poder recorrer todo lo que quieras y con los tiempos que uno desea. Y entre tres, mejor que mejor. Nuestra misión, con Shahrad y Pablo, fue visitar la zona la antigua Turena, enclavada en la región Centro. Y visitar castillos de la zona con detenimiento. El primer paso fue evitar que el incipiente resfriado me dejase grogui y tras poner el coche a punto configuramos el GPS y como copiloto tuve que guiar al piloto entre un mar de peajes diseminados por toda la región de los Países del Loira.

El primer punto de parada fue la pequeña población de Villandry y su hermoso y restaurado castillo. Pero la verdad es que no entramos en él, porque en el exterior está lo mejor. Un patio de armas coqueto y un foso con agua que caía de una pequeña catarata. Pero la guinda del pastel era el enorme e interminable jardín que lo rodeaba. Había una enorme huerta con figuras geométricas y multitud de cultivos frutales y vegetales, no faltaba de nada y después jardines de plantas aromáticas y parras con unas uvas aún un tanto ácidas. Lo bueno de los jardines es que van escalando en altura y puedes tener hermosas panorámicas. Recuerdo que había un laberinto (sin callejones sin salida, aburría esto) y jardines con plantas exóticas que al internarte parecía que cambiabas de mundo. Un estanque con patos inmenso y que daba unas vistas impresionantes a los jardines geométricos con distintos símbolos heráldicos y alegorías al amor. Y para terminar un apretado bosque con vistas al valle del río Cher. Finalizada la visita comimos opíparamente a la salida del castillo. Probé unas setas (no, alucinógenas no) muy ricas y jugosas y una crème brûlée espectacular.

Tras esto y con par de puntos desorientados (el GPS nos llevó a un camino de bicicletas con postes metálicos que evitaban que pasasen automóviles de altura) nos dirigimos al castillo de Chenonceau, que está justo sobre el río Cher. Más imponente y en el seno de un frondoso bosque. Una fachada con miles de detalles y un puente que se convirtió en parte del castillo para dar lugar a un salón de festejos enorme. La capilla diminuta es una joya y muchas salas están decoradas hasta la saciedad con tapices, esculturas sobre las enormes chimeneas y salitas de lectura con vistas hacia el río impresionantes y con multitud de cuadros. Las cocinas, con los pertrechos de la época son para admirar. La cantidad de recovecos e ingenios para postres o asados. Y la sobrecogedora sala negra y de nula iluminación de la viuda de Enrique III de Valois, Luisa de Lorena, donde todo está de luto y los frescos hablan de lágrimas y dolor. Salones enormes con frescos y escudos heráldicos lo llenaban por todas partes y el suelo del salón estaba desgastado en ciertas zonas. Es más, había un museo en donde hubo algunas cabezadas. Alrededor del mágico castillo había varios parques donde mirar diferentes perspectivas del castillo, así como un torreón, unas casitas medievales, otro laberinto, una huerta con enormes y deformes calabazas y un parque donde retozaban diferentes clases de burros.

Ya a la tarde nos decidimos entrar en Tours llegando hasta su enorme estación de trenes. Tras cruzar algunos parques llegamos al centro de la ciudad, abarrotado de gente, pero con suerte pudimos conseguir lugar para sentarnos a tomar un café. La fachada del ayuntamiento de la ciudad es enorme y llena de esculturas gigantes. Me dejó una gratísima impresión la cantidad de detalles y boato que tenía. Fuimos después por la calle peatonal céntrica y vimos, entre lluvia fugaz, los modernos tranvías que tiene Tours y las farolas con forma de cepillo de dientes. Caminamos hacia la parte turística y medieval y llegamos a los restos de la antigua basílica romana. Queda la torre de Carlomagno y parte de la fachada. Se dice que fue unas de las basílicas más grandes de la cristiandad, pero da impresión de ser aún más imponente y grande cuando solo quedan dos detalles y en la calle están marcadas dónde iban las columnas y cuál era su perímetro. Es como estar proyectando el pasado y hacerlo más importante en tu cabeza que si hubiera permanecido hasta día de hoy. Al lado está la moderna basílica de San Martín, de aspecto bizantino. Tras un par de rodeos volvimos a la calle peatonal a descansar bajo una iglesia en reformar y el ruido extraño de una noria. Con los ánimos repuestos nos dirigimos hacia el simplón castillo de Tours, en el río Loira. Pero impactante fue ver la catedral, de techos altísimos y rosetones en la entrada y en cada crucero. Y la fachada es espectacular con multitud de detalles y más cuando el sol poniente impacta con luz dorada para crear más efectos. Ya cansados entonces nos volvimos a casa, no sin antes ver en una nube un retazo enorme de arcoiris.

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