domingo, 25 de octubre de 2020

Diario de Viaje: Zamora (Agosto de 2019)

Todo lo bueno dura poco, y las vacaciones, si bien intensas, tocaban a su fin. Sin embargo, para aprovechar al máximo tocó desviarse hasta Zamora y aprovechar la oportunidad de estar cerca para poder visitarla.

Intentamos aparcar un poco antes del casco histórico para no complicarnos la vida buscando lugar. Lo bueno que con un poco de caminata llegamos frente a las antiguas y blanquecinas murallas y enfilamos directamente hacia la plaza del ayuntamiento, bien amplia y con la vieja casa de gobierno presidiendo todo. Nos sentamos a comer viendo el panorama de la iglesia de San Juan, achaparrada y de influjos románicos con el curioso monumento a Merlú, clara indicación de la pasión de la ciudad por su Semana Santa.

Tras comer caminamos bajo el sol por las tranquilas calles del casco y pudimos ver la estatua a Viriato, que aún sigue teniendo fuerte influencia en la idiosincrasia zamorana. Y ya vimos los atisbos de lugares religiosos que se confunden con las antiguas casas de piedra al pasar por los conventos del Corpus Chisti y las Clarisas del Tránsito. El siguiente punto de observación también fue religioso: la iglesia de San Pedro y San Ildefonso y eso nos llevó, comprando un helado antes, hasta la famosa catedral de Zamora, con su alto pórtico y el ancho campanario de aspecto románico, con más ventanas (más cerca del cielo) a cada nivel superior.

Nos quedamos a descansar en el tranquilo parque que hay al lado, intentando tomar la tranquilidad de la ciudad y descansar un rato a las horas de la siesta. La vista de lo que queda del castillo nos acompañó todo el rato y ya con energías salimos por la pequeña Puerta del Obispo. Ahí paseamos un rato por el río Duero hasta ver el largo Puente de Piedra y una vez ahí callejeamos un poco para volver a la Plaza Mayor. 

Desde ahí paramos en un supermercado para tener algo que comer cuando llegásemos a casa y enfilamos el camino de vuelta.

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