miércoles, 4 de noviembre de 2020

Diario de Viaje: Almería (Septiembre de 2019)

Por fin pude sacarme una espina largo tiempo clavada en mi conciencia. Muy amante de Andalucía pero poco había viajado por mi comunidad autónoma natal. Con el tiempo intenté remediarlo pero solo pude marcar la visita a siete de las ocho capitales. Y en dos ocasiones hice planes para plantarme en Almería pero siempre se habían torcido mis planes. Hasta este momento. Ya terminado el curso en Granada y con coche se me hacía difícil evadir la visita. Es más, un amigo del pueblo llevaba allí viviendo un tiempo y le había prometido mucho tiempo atrás una visita. Ahora por fin podía cumplir mis promesas.

Fuimos por la autovía que es paralela a la costa y me impresionó cómo tras abandonar los montes y la orografía complicada el paisaje cambió. Había curvas sinuosas y aún la orografía de la Cordillera Penibética se sentían con fuerza pero el color de la tierra cambió a tonos más amarillentos y la vegetación comenzó a ralear sobremanera. Los pueblos rodeados perfectamente por hectáreas de invernaderos también es algo sorprendente.

Llegamos a la caída de la tarde, con buena temperatura y un viento húmedo característico de las ciudades costeras. Fue emocionante el reencuentro con mi colega, pues hacía mucho que no lo veía, como unos cinco años o más. Nos pusimos al día y hablamos de muchas ideas y proyectos y de cómo veía la situación de la ciudad y del sentir andaluz de la provincia. Paseos por la playa del Zapillo y comidas en los chiringuitos y admirar ese anden elevado que llega justo a nivel de la playa: el Cable Inglés.

Hubo varios paseos por el casco antiguo que no parece muy antiguo ni muy grande pero sí que puedes ver por aquí y por allá la insignia del Sol de Portocarrero. La catedral me pareció más bien pequeña pero las palmeras le daban un buen ambiente al parque y la plaza que contiene al ayuntamiento me dio una esencia melancólica de tiempos antiguos donde todo era algo más sencillo.

También me fue emotivo encontrar la estatua del presidente Salmerón, como si estuviese caminando ensimismado y el encuentro con la otra estatua de John Lennon componiendo alguna melodía mientras se relajaba en Almería. Impactado quedé en la visita a los refugios antiaéreos de la Guerra Civil, escuchar relatos de gente que había vivido ese terror, de los testimonios de la crueldad del bando nacional de La Desbandá, los grabados de los aviones hechos por niños asustados, el olvido que ha tenido esta gente ante uno de los episodios más cruentos de la Guerra Civil. No es volver a abrir heridas, es poner en su justa medida lo que pasó, en homenajear a gente que fue repudiada desde el fin de la guerra y restañar heridas aún abiertas. Frío me dejó.

Tampoco podía obviar la visita a la Alcazaba, con ese muro que une al cerro de San Cristóbal con esa muralla. La Alcazaba tiene unos jardines muy bien cuidados, da gusto pasear por ella y visitar los edificios que contiene, penetrar en la cisterna y ver la zona musulmana y la posterior zona cristiana y admirar una panorámica de la ciudad impresionante.

Una buena visita, un buen reencuentro, un momento para completar mi idea de visitar las capitales andaluzas y un motivo para volver y visitar la provincia.

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