miércoles, 7 de marzo de 2012

El espejo islandés

Islandia, una república parlamentaria europea localizada en pleno Océano Atlántico. Con sus 331000 habitantes se ha vuelto famosa no ya por sus regiones frías y los volcanes enormes que bloquean con su humo a casi todos los aeropuertos continentales. Hace pocos años se vio metida de lleno en esta crisis internacional que está azotando a todo el mundo, de tal manera quedó afectada que tuvo que hacer un esfuerzo titánico para poder salir del atolladero y, de paso, convertirse en el ejemplo a imitar en toda la Unión Europea.

Es uno de los países más civilizados del mundo, donde está ausente el Ejército y la policía casi tiene funciones simbólicas. Eso dice mucho de una sociedad comprometida con ciertos valores que es capaz de arrimar el hombro sin importar ideologías. Por eso, en la crisis de 2008 pudo recuperarse pronto y volver a asomar la cabeza en el panorama internacional. A su favor cuenta que su población es muy poca y por tanto su economía bastante abarcable y manejable. Si unimos además que tiene moneda propia puede recuperarse de las crisis de manera más inmediata devaluando su valor, cosa que no pueden hacer los países que adoptaron como su moneda nacional al euro. Bien es cierto que en cuanto aumente la población controlar la economía se dificulta sobremanera y que devaluar la moneda es la solución que siempre se hace y que solo permite alargar la agonía al sistema que tambalea. Pero lo que sí puede ser exportable al resto del mundo y aplicable es la reacción de la gente, las protestas y la creencia en una justicia imparcial, que no teme sentar en el banquillo al anterior Primer Ministro islandés por no cumplir sus cometidos y ser un pelele de los grandes bancos. Islandia ha tenido valor de nacionalizar los bancos que estaban exprimiendo sus recursos económicos. Nada de entregar dinero público sin visos de devolución para que los bancos no colapsen. Y seguro que los islandeses solo han pagado la deuda legítima que tenían y no la burbuja de dinero que siempre piden los poderosos que pagues: respetan las reglas pero pagan solo lo que tienen que pagar. La nacionalización y el no bailar al son tradicional ha hecho que las entidades bancarias holandesas y británicas salten llenas de rabia intentando ganar si quiera un poco más, sin ver si ellas estaban invirtiendo o no en Islandia o si son responsables en el hundimiento del sistema capitalista.

Muchos políticos dimitieron en un claro sentido de responsabilidad, aunque los que han ido a juicio no han sido todos. Parece ser que, como es evidente, el jefe del ejecutivo como responsable último tiene que declarar por la mala gestión, pero el gobierno de coalición existente estaba conformado por conservadores y socialdemócratas y solo los primeros han sido puestos ante el Poder Judicial. No quiero decir que hay politización en la depuración de responsabilidades, sino que por estadística hay corruptos tanto en un lado como en el otro. No hay que negar que el paso de enjuiciar a los que incumplieron a sabiendas sus programas electorales y muchos de sus cometidos constitucionales es algo altamente positivo, pero hay que asegurarse que paguen todos los que tienen que pagar. Negar seguir subvencionando a un ente que solo quiere aprovecharse de los demás también es positivo, siempre y cuando las deudas auténticas estén saldadas. Eso de expoliar e irse tiene que desaparecer, o reinviertes o te conviertes en nacional. Sin embargo, no todo es jauja. Han salido de la crisis, sí, pero aún no están boyantes como hace un lustro, por ejemplo. La inflación islandesa está en el 12 %, que no es moco de pavo. El Producto Interior Bruto de el último año cursado ha bajado un 7 %, cosa a tomarse en serio al ser una isla fría en mitad del océano, por lo que requiere una fuerte inversión en educación, turismo ecológico, producción de recursos propios (energía geotérmica y mareomotriz) o comprarlos desde fuera y en investigación. En estas últimas semanas, la agencia de calificación Fitch concluyó que era necesaria una rebaja de su nota de confianza económica. Que una agencia que mira por sí diga algo no tiene que importar mucho a priori, puede equivocarse o no tener ni idea, pero en esta sociedad están instauradas las agencias de calificación como sumos sacerdotes y su palabra tiene resonancias divinas. Si dicen que estás mal, los otros Estados dejarán de comprarte o aguantarte la deuda, cayendo más de lo que estabas, con la consecuencia de otra rebaja de la nota y así hasta el infinito. También parece que los tipos de interés están altísimos, alrededor de un 15 %, por lo que pedir créditos es un poco más jodido que antes, ya que hay que devolver este plus tras saldar el préstamo.

Pero creo que con el tiempo Islandia puede autorregularse y solventar estos problemas de números. La población parece dispuesta a ello sin dudarlo y los medios de comunicación están convencidos en que ignorar todo esto es lo mejor. ¿Por qué? Para que los ciudadanos de otros Estados no decidan unirse y pedir nacionalización de bancos a la vez que se niegan a seguir entregando dinero público para manos privadas, sea o no (esto segundo lo más probable) con la seguridad de que esa inversión será devuelta con creces. Los medios oficiales intentan mostrarnos lo más oscuro de esta resurrección islandesa o no decir nada, pero hoy con Internet todo se conoce al tiempo. Espero que muchos países tomen nota y también de que no pueden calcar todo lo islandés, aunque sí lo básico. También espero que no se repita y que en Islandia haya una buena hornada de políticos serios, sinceros y con ganas de arremangarse. Porque es cierto que todos influyen en la crisis, tanto en su actuación como en su derecho al voto. Antes de la crisis se eligió como alcalde de Reikiavik, la populosa capital, a un cómico que en su campaña electoral decía una y otra vez que no sabía nada de política pero seguro que lo haría mejor y con más humor. Este es un ejemplo claro de que cuando banalizamos la democracia, la bofetada vuelve pronto y fuerte.

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