miércoles, 21 de marzo de 2012

La Pepa celebra su bicentenario

Ayer fue el bicentenario de la Pepa, la famosa constitución gaditana de 1812, llevada a cabo en pleno fragor de la guerra de la Independencia contra el Imperio de Francia. La inestabilidad de España a principios del siglo XIX y el auge napoleónico hicieron que la invasión francesa fuese un paseo militar, donde se proclamó como Rey a José I Bonaparte, bajo la connivencia de multitud de españoles y de fuerzas francesas. Con el Estatuto de Bayona de 1808 se intentó dar una legitimidad, sumada a las buenas acciones de José I para acercarse al pueblo. Pero esto de nada sirvió. Arrestada la Familia Real y acosada la Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino los españoles hicieron piña e hicieron frente al invasor, derrotándolo en batalla regular en Bailén y aplicando guerra de guerrillas que desgastaron a los franceses más de lo que esperaron. El rey Fernando VII fue considerado un icono de libertad y soberanía (aunque este personaje simpatizase de las propuestas imperialistas de Napoleón I, tanto que delataba los planes de quienes defendían España y confiaban en él e incluso suplicó que fuese adoptado por el Emperador) a pesar de no reconocer tras la caída de la junta al Consejo de Regencia de España e Indias formado y crease su propio gabinete político en paralelo durante su exilio. La lucha por liberarlo, si no a él a su idealización, y contra los franceses y afrancesados hizo mella en los españoles patriotas, tanto que decidieron crear ante esa situación un mecanismo de gobierno provisional y que no tuviera relación con el de José I de Bonaparte.

La resistencia se dio en Cádiz al caer poco a poco cada una de las ciudades españolas y sobre todo Sevilla, lugar donde residía el Consejo. Cádiz era por esos tiempos una ciudad cosmopolita, llena de extranjeros con ideas novedosas, mercancías de América y otras partes del mundo y con una curiosidad innata de sus habitantes. Estos nuevos aires, sumados a los refugiados que durante la ocupación francesa habían bebido de los postulados de la Revolución Francesa dispusieron en 1810 en la Isla de León (la posterior Isla de San Fernando) reunirse no por estamentos, sino por localidades, con la firme intención de crear una constitución que regulase a España cuando la paz volviese. Esta Constitución será la tercera del mundo, tras la de Estados Unidos y Francia y beberá de ambas. Quizás que las ideas liberales hubiesen venido del invasor hizo que los españoles nunca hayamos estado a la cabeza de las transformaciones democráticas, con un temor irracional a que lo de fuera no puede ser bueno o que si lo otorgan los enemigos nunca nos servirá. De todas maneras, la dicotomía absolutistas y liberales (pues había seguro antifranceses de alta alcurnia que no querían perder ningún privilegio) abrirá la brecha entre las dos Españas hasta el día de hoy.

Esta Constitución propuso el fin del Antiguo Régimen fundado en el absolutismo y ciertas concepciones consuetudinarias que enraizaban en el derecho divino. Los redactores consideraron que España es un pacto entre los españoles de ambos hemisferios. Un pacto racional y debatido. Por tanto, la Nación no es patrimonio de una única persona y puede darse libremente el sistema filosófico y económico que propugna el liberalismo. Por tanto, se redactó una hoja de ruta en que los poderes quedaban separados por organismos independientes que se controlaban mutuamente y la figura del Rey es despojada de multitud de prerrogativas, quedando fijadas algunas en el texto constitucional. Se eliminó la censura previa para redacciones no religiosas y la aniquilación del Santo Oficio (aunque postuló la religión católica como la única que es legal en el país). La creación de leyes se lleva a cabo principalmente por una cámara de hombres elegidos por sufragio masculino indirecto y restringido, quedando fuera pobres, mujeres, negros, indios y esclavos, donde los hubiese. Aunque descartaba a Ultramar como colonias y subía es estatus a provincias compatibles con las de la Península, estaba muy infrarrepresentadas en las Cortes, motivos de discusiones acaloradas. Otro punto fue la unificación y consolidación de elementos comunes entre los antiguos reinos que configuraban las Españas, creando por tanto la personería jurídica de España por primera vez en su historia, pero las particularidades regionales no desaparecieron, sino que apuntaron en materias económicas y en el debate de cómo fraccionar España en unidades administrativas que respetasen la historia y los baremos de eficiencia.

Dicha Constitución tendrá los fallos e imperfecciones que se quiera, de eso no hay duda, pero para su tiempo fue un soplo de aire fresco que cambió la historia tanto española como latinoamericana (tras las independencias, muchos países redactarán Cartas Magnas inspiradas en la Pepa). A veces trae problemas juzgar cosas del pasado con ideas del futuro.

La Pepa tuvo corta existencia y de manera muy fraccionada. Publicada en 1812 y aplicada en los territorios liberados de la ocupación francesa (y en las regiones hispanoamericanas que aún presentaban obediencia al Consejo de Regencia de España e Indias y no directamente al cautivo Fernando VII como una maniobra autonomista) fue derogada en 1814 por el Rey Felón, traicionando a los que habían luchado por él e imponiendo de nuevo el absolutismo. Tras las tropelías cometidas y la lucha organizativa y constitucionalista de Rafael del Riego se vuelve a imponer en 1820 con un juramento a la fuerza del Rey. Este, tocado en su moral y aprovechando cierto desencanto creado por algunos doceañistas que se habían endiosado y cometido reprobables acciones, llama a Francia para que le coloquen de nuevo bajo el manto absolutista mediante los Cien Mil Hijos de San Luis. Si bien la Década Ominosa tuvo ciertas laxitudes y un incipiente aperturismo, no tuvo el alcance que los postulados de la Pepa, siendo Rafael del Riego acusado de republicano y traidor al Rey y ejecutado, mientras que muchos doceañistas fueron perseguidos sin tregua. Finalmente, fue restaurada en 1836 mediante un golpe de Estado y mantenida como antesala de la Constitución de 1837.

Doscientos años después se conmemora una maltrecha y poco apreciada constitución en su época. Pero aún no se puede ver como éxito del pueblo español (ni que decir tiene que algunos en Argentina expresan reticencias a todo lo que celebre España, habiendo por tanto bicentenarios y bicentenarios) que no acuden los partidos políticos sin distinciones a celebrar una gran fiesta el día de San José. Tampoco entienden que es un día para que lo celebren todos los españoles, por lo que el presidente Rajoy aprovechó para hacer campaña política de cara a las inminentes elecciones andaluzas. Un acto populista y de bajeza moral impresionante, aderezado con la colocación de personalidades del Partido Popular en las primeras filas e impidiendo la entrada a integrantes de los partidos de la oposición de la ciudad de Cádiz. Ante la arenga del Rey animando a salir de la crisis y luchar como hicieron los gaditanos en 1812 muchos inciden en que es descendiente del abominable Fernando VII, como si los errores (o aciertos) se heredasen. En vez de escuchar a Juan Carlos I cuando dijo que las máximas autoridades (al rey de la época) no estuvo a la altura de las circunstancias e interpretarlo como que donde un Borbón fracasó hubo otro Borbón que redimió esa parte de la historia consolidando una transición hacia la democracia y a una Constitución de 1978 de consenso, no ven el simbolismo y proponen guillotinas antes de intuir que ha sido una aventura de corrección dinástica (reflejada en la cara de emoción del Rey ante el largo aplauso en el oratorio de San Felipe Neri).

Como leí hoy, todos los Estados necesitan de leyendas legitimadoras y que provoquen una idea de unión. La Pepa tendrá todos los fallos posibles, pero juega ese elemento en el imaginario colectivo. Un logro para los de aquella época que puede tener la mala suerte de ser desvanecida por el orgullo de los españoles de esta época.

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