viernes, 3 de octubre de 2014

Alfonso XII en Extremadura (1/2)

En febrero de 1879 don Alfonso viaja a tierras extremeñas para inaugurar la línea férrea Madrid-Ciudad Real-Badajoz. Hay varias anécdotas del Rey por estas tierras, como la conversión de Cáceres a ciudad (la nombró así en un discurso en octubre de 1881 cuando no era tal y para no subsanar el error le dio la dignidad de tal: 'Pues desde hoy es ciudad'). O sus trayectos hacia Portugal para tranquilizar a su receloso soberano sobre las intenciones españolas y el uso de un perfecto portugués para crear buen clima e inaugurar la línea férrea Madrid-Lisboa.

Pues bien, sumando los textos de Enrique Escribano, Alfredo Escobar y Vicente Barrantes tenemos una curiosa anécdota de su viaje. Según parece en el trayecto de Badajoz a Mérida las aclamaciones no tenían fin cuando pasaba el Rey y tocaban los acordes de la Marcha Real. Barrantes fue invitado al vagón real y comió junto al Rey, que le pedía explicaciones por todo. El cronista, falto de dientes, cada vez que hablaba soltaba algún trozo de comida que paraba en la manga del uniforme del Monarca, cosa que le parecía divertido, aunque a Barrantes le daba mucho apuro. Parece ser que Alfonso XII conocía poco sobre Mérida y su larga historia y se interesó por los libros del cronista que hacían alusión a la época romana. Antes de salir para Ciudad Real pararon en Medellín, aunque fue de improviso y solo hubo aclamaciones, nada de banderas y colgaduras. Conocer el lugar originario de Hernán Cortés lo sugirió el propio Barrantes, pues veía al Rey poco instruido sobre Roma y con poca intención de aprender del tema (aunque según dicen leía con avidez los textos relacionados con la antigua Grecia). Sin embargo, como don Alfonso era un hombre de su época estaba dispuesto a escuchar buenos consejos.

-¿No hay nada más que ver? -dijo el Rey.

-No, señor; pero habría dos cosas que hacer, que darían a Vuestra Majestad en Extremadura grandísima popularidad, por lo mismo que no están en el programa del viaje -respondió Barrantes.

-¿Cuáles son? Porque si pueden hacerse las hago -respondió rápidamente.

-Dos visitas, una a la casa de Hernán Cortés en Medellín, y la otra al famoso monasterio de Guadalupe, cuya virgen es patrona de e ídolo de los extremeños. La primera es fácil, porque vamos a pasar muy cerca y el pueblo tiene estación de ferrocarril; la segunda requiere mayores preparativos y tiempo, por estar Guadalupe a ocho o diez leguas de la línea.

Sin embargo, hacía falta el refrendo del jefe de Gobierno, el inflexible don Antonio Cánovas del Castillo.

-¿Qué le parecen a usted, Cánovas, estas ideas de Barrantes?

-Que en Guadalupe no podemos pensar; es muy dilatorio -cortó tajante el Presidente del Consejo de Ministros.

-Lo siento -respondió Alfonso XII-, pero tiene usted razón. Otra vez será. ¿Y lo de Medellín?

-Tú que dices que es fácil -le espetó Cánovas a Barrantes-, ¿podrías arreglarlo?

-Ya lo creo.

-¿Habrá carruajes en Medellín?

-Lo dudo, pero como tardaremos todavía una hora en llegar, telegrafiando a los alcaldes de Don Benito y la Serena encontraremos en la estación de Medellín lo que allí no haya.

Al Rey le pareció todo buena idea y mientras iban los responsables a telegrafiar los mensajes oportunos, dijo:

-Nada de exigencias, ni de melindres, Cánovas. Si no hay carruajes que envíen caballos; si no hay caballos, burros; y si no, iré a pie. Estoy resuelto a ir. Le agradezco mucho a Barrantes su buena idea.

Sin embargo, esta idea no cayó bien a todo el mundo. Pero dejémoslo para después.

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