martes, 14 de octubre de 2014

Diario de Viaje: Brantôme/Brantòsme (Enero de 2014)

En nuestra estancia en Aquitania, Geo apuntó vehementemente a este pequeño y encantador pueblo. Y la verdad es que no pudo acertar más si cabe. Es un pueblo minúsculo en el corazón de la Dordoña y la parte medieval es una islita abarcada por los dos brazos de la Dronne. Pues bien, a pesar de la lluvia localizamos el autobús que nos llevaba y en el trayecto conocimos a una argentina que estaba dando clases en Périgueux y huía a una ciudad más grande para pasar el fin de semana. El viaje estuvo espectacular, puesto que pasamos por pueblos minúsculos rodeados de verdes bosques y con castilletes o abadías.

Pues bien, Brantôme está cercado por una línea de colinas plagadas de cuevas donde seguramente estuvo el Neanderthal o los primeros Cro-Magnon, puesto que en esta región se han localizado muchos restos cavernícolas y pinturas rupestres. Ideal para valorar el lapso de tiempo y el entorno natural de los primeros habitantes. Y lo sorprendente es que a día de hoy las cuevas se siguen usando, ya como casas ya como almacenes o aparcamientos. Un contraste muy interesante. Por desgracia el ayuntamiento del típico estilo francés estaba cerrado y el museo anexo también. Solo pudimos asomarnos un poco, pero bueno, algo es algo. También estaba una abadía (o iglesia, me parece) también cerrada, la de Saint-Pierre, pero de sólida arquitectura y el contraste entre la piedra blanca y el verdín por la climatología.

De punta a punta del pueblo se recorre en un santiamén. Había casas curiosas y lugares donde se podía ver el salto de agua del río. El sonido era apaciguador. Y lo interesante es que aunque escampado, seguía subiendo el nivel del río y se estaba inundando la zona cercana, pero no una mini-isla que estaba demasiado bien cuidada. El paseo por la zona del ayuntamiento nos permitió ver alguna que otra tienda y también estábamos a la búsqueda de alguna plazuela céntrica para localizar algún restaurante y almorzar. Pero lo mejor estaba en la isla, con sus casas antiguas de piedra, su trazado medieval en zigzag y la estrechez. Incluso vimos una puerta que daba al río y que en la orilla opuesta se abría otra puerta, como si hubiese un camino. Como en esta zona, siempre hay una casa señorial con su gran blasón. En la calle principal, cuando comenzaba la lluvia, localizamos un bar que también era casa de apuestas y conseguimos comer un excelente estofado y carne asada. Un éxito, recomendado también.

Con el estómago lleno y el cielo algo indulgente seguimos nuestro periplo por la islita y cruzamos un estrecho puente hecho con barrotes bien trabajados y todo rodeado de árboles que tiraban sus largas ramas al caudal de agua. Ya en el continente paseamos más por la zona del cementerio y más casas solariegas, aunque esta zona estaba más abandonada. Mucho callejeo hasta orientarnos y de allí fuimos a dar una vuelta al lado del río hasta parar al verde y extenso parque del pueblo, que seguro que es donde hacen fiestas veraniegas. Está hecho con asientos y pérgolas del Renacimiento, donde se podía ver incluso cruces y detalles trabajados hace siglos. Una joya. Seguía subiendo el nivel del agua, pero sin problemas llegamos hasta la parada del autobús para volver a la base, aunque la lluvia ya no nos respetó tanto y apretó un poco antes de partir.

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