lunes, 17 de noviembre de 2014

Alfonso XII y la anécdota del espeto

Alfonso XII, fiel a su carisma y preocupación por los más desfavorecidos, no se estuvo quieto tras los terremotos que asolaron Andalucía el día de Navidad del año de 1884. A las pocas semanas, a pesar de su ya deteriorada salud, inicia un largo viaje a caballo y frente a ventiscas y nieve por los cerros de Granada y Málaga. Algunos historiadores llegan a asegurar que su fatal tuberculosis apareció tras aquellas visitas por estar en contacto directo entre tanta tragedia y miseria. Lo más probable es que el cansancio del viaje acortara su vida aún más.

La anécdota viene de su paso por el merendero Gran Parada, fundado dos años antes de la real visita por don Miguel Martínez Soler, más conocido por el sobrenombre de 'Miguelito, er de las sardinas'. Y es que se le considera como el creador del famoso espeto andaluz. El Rey paró a las afueras de Málaga, en un pequeño poblado denominado El Palo, atestado de pescadores y con el primer 'chiringuito' de España. Para aumentar más su popularidad y conocer algo más del duro trabajo de los pescadores, El Pacificador decidió parar en el lugar, para asombro de algunos de sus cortesanos.

El Rey no optó por el típico caldo de almejas del merendero, ya que sintió curiosidad por esa colección de sardinas asadas atravesadas por una caña partida. Miguelito ni corto ni perezoso le dio un buen espeto a Alfonso XII que, al ser la primera vez que se las veía con tal comida, no dudó de tirar de su educación francesa. Cogió cuchillo y tenedor y pronto estuvo dispuesto a atacar este manjar.

Pero no pudo. Miguelito alarmó a la concurrencia con:
-Asín no, majestá, asín no.

Alfonso XII se detuvo estupefacto y miró a los ojos del bonachón. No entendía por qué no podía comer así el espeto. La respuesta tardó poco en surgir:
-Con los deos, majestá, con los deos.

Tendremos que imaginar la cara de sorna y diversión que tuvo que poner el Monarca, puesto que ni corto ni perezoso se pringó las manos para hacer caso a su improvisado anfitrión. Y las caras de espanto de algunos cortesanos ya sería la monda.

Es más, el espeto gustó tanto al Rey que pronto hizo correr la voz y los periódicos madrileños empezaron a ensalzar el malagueño lugar para que muchos habitantes de Madrid bajasen hasta El Palo para degustar esa nueva creación que era el espeto.

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