jueves, 4 de agosto de 2016

Diario de Viaje: Madrid (Febrero de 2010)

Algún momento tenía que ser el definitivo, en el que pasearía por la Villa y Corte. Pues bien, tantas veces que he ido en avión que al final pude quedarme varios días en la capital española. Me sorprendió gratamente, pues sus grandes avenidas y espaciadas y con edificios no tan altos le dan un aspecto abierto y agradable. Y eso me gusta de una gran ciudad.

Varias veces me he quedado en casa de mis tíos en una zona nueva y alejada del centro. La tranquilidad del lugar merece la pena. Pero eso sí, el frío madrileño es bastante riguroso. Sí, la mayoría de las veces en que la visité era invierno. Mis idas y vueltas casi siempre han pivotado por el mismo lugar. La Puerta de Alcalá enorme y rodeada de coches permite empezar la caminata hacia la fuente de Cibeles, a rebosar de banderas españolas y teniendo al lado el Palacio de Correos y el Banco de España. Llegué a entrar en el primer lugar, bastante iluminado y espacioso y con vidrieras decoradas de una manera muy interesante. Siguiendo el camino se llega hasta el imponente museo del Prado con aspecto neoclásico. Sí, incluso una vez pude entrar gratis y maravillarme con esos cuadros en directo, los mismos que vi de pequeño en libros de texto. El Bosco fue el que más me encandiló, aunque Goya y sus familias reales y Velázquez y su afamada Las Meninas se llevan todo el mérito.

Bajando llegamos a la estación de Atocha, la cual he concurrido en más de una ocasión. Allí está el memorial espacioso y sobrecogedor de las víctimas del 11-M. Por otro lado, cerca del museo está la fuente de Neptuno que da al Congreso de los Diputados, edificio emblemático de la política española. A ver si un día entro al hemiciclo. Siguiendo la Carrera de San Jerónimo se llega rápidamente a Sol, la plaza que puso de moda el movimiento 15-M. Es más, ahí está la placa que indica el kilómetro 0 de las autovías más importantes de España. Seguir por ahí te lleva al famoso y coqueto 'Madrid de los Austrias' donde la arquitectura de balcones numerosos, alargados y apretados unos con otros, empieza a recordar a la Europa que hay más al norte. La Plaza Mayor, con esos tejados, es como la cumbre del barrio, llena de lugares donde comprar cosas o deleitarse con el típico desayuno madrileño.

El Palacio de Oriente fue otra parada. Imponente. Blanco y regio, demostrando el motivo por el que se construyó. Sus salones están llenos de detalles y elementos que han pasado a formar parte de la Historia de España. Al lado está la Catedral de la Almudena, de un estilo neogótico un tanto extraño. Como que había algo, no sabría uno decir qué, que está fuera de contexto. ¡Ah! La anécdota típica que cuento es que nos atropelló un acompañante de Rouco Varela para que pudiese pasar sin frenar el paso.

Pasé incluso por el Senado, que no está muy lejos de Palacio, pero que si pasas rápido queda muy desapercibido. Cerca también está la Plaza de España con los eternos don Quijote y Sancho. Y sí, otro poco más allá queda uno de los atractivos más hermosos que haya visto: el templo de Debod, traído piedra por piedra de Egipto en un regalo que tuvo como subtítulo el intento de salvarlo al construir presas en el Nilo. Y hay jeroglíficos y dioses antiguos esculpidos en la piedra. Merece la pena no perderse esta joya del Antiguo Egipto.

Después, recorrí la Gran Vía con sus lugares caros y edificios emblemáticos. Sí, ese edificio que hace esquina y creo recordar también el que tiene caballos en el tejado. Retomando Cibeles uno puede caminar por el Paseo de la Castellana y llegar a la Plaza de Colón, donde ondea la bandera nacional más grande del país. Y sí, no me olvidé de visitar Retiro, uno de los parques más bellos que he visto. Lo primero fue demorarme y visitar el monumento ecuestre de mi referente Alfonso XII. Alto, imponente, con alegorías a su apelativo de Pacificador y con un semicírculo de arcos que le dan el porte regio merecido. A los pies del monumento se extiende la famosa alberca donde las parejas no se cansan de remar. Desde allí, ver el Palacio de Cristal es algo obligado y quizás albergue alguna exposición interesante. Es más, si uno tiene fuerzas para patear un poco más puede llegar a ver la estatua al Ángel Caído, quizás el único monumento del mundo en honor a Lucifer y a una altitud de 666 metros sobre el nivel del mar.

En coche si eso se puede ver a lo lejos los cuatro enormes rascacielos de Plaza Castilla y las inclinadas Torres Kio. Y buscando otro poco más la emblemática torre de RTVE. Y es que hay una Madrid moderna y otra más clásica. Núcleo de la famosa movida de los '80 y lugar de señores con capa en invierno y tapas clásicas. Merece la pena visitarla.

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