lunes, 25 de julio de 2016

Reflexiones sobre el andalucismo

Claros resultados en las elecciones generales de este pasado mes de junio. Como siempre, en estos últimos lustros al menos, el andalucismo no pegó con fuerza. Es verdad que es muy reciente la desintegración del Partido Andalucista y aún los antiguos cabecillas están intentando articular algo de peso al su alrededor, pero la gente no confía o no tiene claro qué se gana votando al regionalismo (o nacionalismo) andaluz.

Cierto es que solo se presentó esta vez Somos Andaluces y únicamente por las provincias de Córdoba y Málaga. No se consiguió representación en el Congreso de los Diputados, es más, fue la 11ª fuerza más votada (de 16). Sí, no presentarse en las ocho provincias te frena (aunque la ley d'Hont tiene unas sorpresas que no veas, ¡eh!) pero ni siquiera consiguió resultados relevantes en dichas provincias: puesto 10 de 13 en Córdoba y puesto 9 de 11 en Málaga. Y esto, en vez de reflexionar, desencadena falsos victimismos. Claro, si le funciona a unos partidos mayoritarios, ¿por qué no a un minoritario?

La gente, los andaluces, ya no miran con ansias ser reconocidos por los demás, no ser menos que nadie, así que depositan su voto de manera más efectista, más a nivel nacional, aunque esto conlleva a que los partidos prometan el oro y el moro para Andalucía solo para asegurar votos y tras la conformación de las Cortes si te he visto no me acuerdo. Eso valió allá por la Transición, cuando los andaluces estaban hartos de ser considerados lo más atrasado de España y querían estar a igual nivel que las regiones más mimadas. Y acertadamente Andalucía consiguió su autonomía por la vía rápida, como cualquier otra nacionalidad histórica. Pero una vez que las instituciones comenzaron a funcionar el ardor andalucista se apagó. Fue como un épico 'eh, no me discrimines por haber nacido aquí, soy igual que tú' y una vez logrado esto, ¿para qué reclamar más? Digamos, en palabras del criticable Sánchez Gordillo, que Andalucía obtuvo su soberanía en 1977 y la usó para gestionar su régimen autonómico, pero más de este punto no. Y a veces me da pena porque sería necesario volver a ofuscarse como antes, ya que Andalucía sigue estando hoy en día en el vagón de cola de la Unión Europea: receptora de fondos por parte de un partido político enquistado en el poder y despilfarradora, potencia de desempleo y pobreza...

El nacionalismo ya no goza de la estima que se tenía allá por los '90. Se ve que son insaciables, quieren separar por niveles a individuos de un mismo Estado, acurrucan corrupción, salen por la tele quejándose... Intentar decir que lo que se hace en Cataluña o Euskadi tiene que usarse en Andalucía no convence a muchos, solo a gente de izquierda radical o a soñadores. O, lo peor de todo, arribistas que encontraron ahora la oportunidad de tener más protagonismo, al estilo del quisquilloso Aroca. Quieren que aquí se hable de autodeterminación, de fin de opresión y esas cosas. No, no podemos importar lo que funciona allí; no, si Andalucía necesita un nacionalismo ha de ser sui generis. Quizás la inspiración del bretón (más folkloricista, más historicista) podría ser un buen punto de partida. O no, a crearlo desde la nada.

Y es que ya lo dijo el afamado Rojas Marcos: el pueblo andaluz no tiene la consciencia deseada de pueblo y, además, lo ve compatible con ser parte del pueblo español. Yo apuntaría más fuerte (no me creo que Madrid haya estado un par de siglos evitando la conformación sólida de pueblo aquí en el sur) diciendo que el pueblo andaluz en su dimensión afable, receptiva e integradora no tiene problemas en considerarse como una parte integrante del pueblo español, parte importante y considerada como pilar fundamental del mencionado pueblo español. En pocas palabras, no se puede concebir al pueblo español si no se tiene en cuenta al pueblo andaluz, que incluso a este lo tildaría de núcleo de aquel. ¿Locura que digo? ¿Entonces por qué la mayoría de cosas que vende España como parte de su ser idiosincrático son cosas típicas de Andalucía? Si la inclusión del pueblo andaluz no fuese tan relevante o no existiese venderían con igual afán, por poner solo un ejemplo, las sevillanas con las muñeiras, ¿no? O promocionarían puertas afuera con igual encono el flamenco, el aurresku y la jota, por plantear otra situación hipotética sin afán de agravio ni nada por el estilo.

La política andaluza llevada por andalucistas debería enfocarse en mejorar Andalucía. No criticando y hundiendo las demás, sino reforzando lo que funciona y reparando lo que no, idear soluciones que sean compatibles con el siglo XXI en el tema de vida en sociedad y respeto al medio ambiente. ¿Qué hace falta para que esto mejore y aquello funcione? ¡Eso es lo que hay que hacer! Igualarse con el resto de autonomías. Esas veleidades de conflicto con España y replantear la relación entre ambos sujetos no vende ni da frutos. En un mundo globalizado querer mirarse el ombligo y no colaborar con el resto es casi un suicidio. Los políticos andaluces han de velar por Andalucía pero sin competir con las autonomías, se tiene que cooperar. Y si la cooperación alcanza su máxima eficiencia como parte de una España de corte federal, pues se aplaude eso; ese sería un verdadero andalucismo. Reflexionar sobre otras cosas es un divertido ejercicio mental, pero nada más. Y no ayuda nada sino que aleja. La mayoría de andaluces en las encuestas lo dicen claro: nos sentimos tan andaluces como españoles. Si los nuevos partidos políticos andalucistas desean prosperar deberían apuntarse bien esto y ponerse a trabajar por el bien común, no por quimeras para imitar a otros que están más allá de Sierra Morena.

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