sábado, 17 de septiembre de 2016

Lovecraft y su horror cósmico

Como todos, me acerqué a los relatos lovecraftianos durante mi adolescencia, retomando la afición cada pocos años. Y es que los juegos de rol, aparte de echar un buen rato con tus amigos sumergiéndote como protagonista de un relato, hacen que te intereses más y desees leer la producción literaria en la que se basa dicho juego. Ritos ocultistas, largos viajes a lugares ignotos, una verdad que no puede revelarse así como así porque entras en la locura, descripciones fugaces que hacen que te toque a ti imaginarte cada horror como más miedo te dé, ambientaciones tétricas con múltiples referencias al mal olor, a viscosidad y a cosas malsanas...

Y es que la vida de Howard, tan separada del mundo cotidiano y represiva tuvo que tener una vía de escape. Una vía que sigue atrapando día a día a más lectores. Ahora tengo ganas de empaparme en los escritos que son considerados como el núcleo esencial de los Mitos de Cthulhu. Y si con eso pongo música de ambientación gótica pues más se imbuye uno en ese universo.

No me cuesta creer cómo brotó su imaginación en Providence. Paseos por bosques umbríos, leyendas de los primeros colonos y brujas, tiempo de neblinas, paseos por la costa donde el oleaje podría traer cosas lejanas o extrañas criaturas (quizás medusas de gran tamaño) que despertarían la curiosidad y el temor reverencial a saber que hay cosas que no se conoce. Y más en una época donde había grandes teorías científicas en desarrollo (relatividad, cuántica, deriva continental, descubrimientos astronómicos, expediciones con la finalidad de cartografiar las zonas del planeta que aún eran desconocidas o poco visitadas...) donde aventurarse a pensar un paso más sobre ellas no tenía nada de extraño. La época de entreguerras podía incluso traer nuevas filosofías orientalistas, descreer del valor de la humanidad, recordar los pensamientos de los habitantes indios de la zona, fantasear con la geografía de Plutón...

No soy un erudito de su vida y obra, ni pretendo serlo. Solo quiero homenajear a una de las mentes más brillantes del siglo XX literario, alguien que empujó más allá el terror gótico y le quitó encantamientos y fantasmas, yendo a criaturas más tangibles y, por tanto, más terroríficas. Creo, pero seguro que me equivoco, que el punto central de las historias de Lovecraft es la intrascendencia del ser humano. Un ser efímero de una recentísima civilización perdido en un minúsculo planeta en la inmensidad de este universo. Un universo, incluso, que podría ser un universo aleatorio de una infinidad de ellos, permeados por realidades interdimensionales.

Pero incluso en este pequeño planeta el ser humano ha de sentirse pequeño e intrascendente. Las profundidades abisales, cuya superficie cuadruplica la superficie terrestre. Miles de metros de agua donde la luz no llega. ¿Qué misterios pueden seguir ocultando? Quizás hay civilizaciones no humanas que viven sin saber que el humano domina la superficie. Pero no es solo eso, hay varias regiones del planeta que son inhóspitas y pocos se han aventurado a acercarse a ellas: los polos, los desiertos, las profundas selvas, las altísimas cordilleras orientales. El hombre, según Lovecraft, tampoco conoce el terreno que pisa.

Y otro punto que también trata Lovecraft (no solo pequeñez ante la inmensidad del universo, y pequeñez ante la cantidad de regiones inexploradas en su propio planeta), sino que la existencia de la especie no es nada más que un suspiro en la historia de la Tierra. Lovecraft se maravilla que la Tierra que conocemos tuvo multitud de floras y faunas diferentes en el pasado, incluso la orografía no tuvo nada que ver con la actual y las constelaciones no serían las que una vez fueron. Si bien la persona media piensa en tiempos remotísimos el Egipto faraónico o la Sumeria mesopotámica, eso no es nada con la edad de la Tierra. Para Lovecraft la irrelevancia del humano, su pequeñez, también está en que cree que ha sido la única especie inteligente que ha caminado por la faz del planeta. Otros seres pudieron haber llegado a desarrollar una civilización compleja, incluso más avanzada que la humana, pero que declinó y los efectos de erosión han terminado por borrar toda prueba. Desconocemos qué nos antecedió y si solo fue una especie o decenas de ellas. Por poner un ejemplo, los Yith, la Gran Raza, floreció como hace 150 millones de años pero no hay manera de saber qué hicieron o si existieron.

Profundizar en sus relatos con estos temas hace que se le reconozca como el genio que fue, aunque nunca terminó de creérselo.


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