viernes, 30 de septiembre de 2016

Diario de Viaje: Písac/P'isaq (Febrero de 2016)

Tras los atrasos en el vuelo, lo normal es que quisiéramos llegar cuanto antes al aeropuerto, donde algunos compañeros nos estaban esperando y de ahí, en una camioneta alquilada, ir directos a Písac. Pero bueno, el viaje en avión, aunque corto, nos deparó multitud de turbulencias. Y más en una donde caímos a peso durante varias decenas de metros. Bebidas por los aires, gritos, lloros...

El viaje nocturno no nos permitió ver mucho pero llegamos totalmente cansados al pequeño pueblo de Písac, a la orilla del río Urubamba. De noche no pudimos ver mucho, pero parece que está lleno de tiendas con productos artesanales montadas de improviso en las serpenteantes calles. Y digo serpenteantes porque en ciertos recorridos en centro de la calle (peatonal, por supuesto) tiene un canalillo y en ciertos lugares, en sus comienzos, sobresale lo que es la cabeza de una serpiente. Incluso tienen más figurillas de ranas en las esquinas. Muy curioso todo. Por suerte, en una plaza encontramos unos festejos de carnaval donde varias agrupaciones de muchachos se armaban unas largas y muy movidas coreografías, con sus trajes acorde a las fiestas. Y al lado bailaban otros ritmos peruanos más melódicos. Y la cerveza, como es evidente, corría por todos sitios.

Lo malo es que ponerse a bailar a tanta altitud te agota en seguida. Fue por eso que recorrimos para comer, con tan mala suerte que fue a una pizzería sin pizza. Bueno, al menos pudimos beber algunos brebajes típicos de la zona y comer platos de la época festiva.

Por la mañana pudimos ver en todo su esplendor el paisaje de Písac, que está enclavado entre montañas verdes y de pendiente abrupta. Es una gozada estar en medio de esos lugares. Nos subimos a unos taxis y en un rato encontramos las ruinas incas, guiadas por un habitante de la zona que nos explicaba la historia del lugar. ¡Incluso nos hizo al final un ritual de amistad! Con su quena tocó ciertos acordes para conectarnos más a la naturaleza del lugar, de los pocos que cuentan con necrópolis tan cercana. Los edificios de los sillares perfectamente cortados en diferentes niveles (si no mascas hoja de coca lo pasas complicado, eh), los andenes enormes donde se cultiva todo. Frases y comentarios en la lengua quechua. Incluso algo de su mitología y creencias en el más allá.

Importante, sobre todo, la chacana, el emblema del Imperio Inca con su agujero representando el ombligo del mundo: Cuzco. Y los tres niveles: ultratumba (guardado por la serpiente), mundo de los vivos (guardado por el jaguar) y el cielo (guardado por el cóndor). Evidentemente, cuatro lados, por las cuatro regiones del Imperio.

Antes de ir a comer tuvimos que bajar a Písac con taxistas que contaban cómo en sus años mozos de profanaban tumbas para vender momias y reliquias a ricachones extranjeros. ¡Ay, lo que la humanidad no conocerá por causa de estos caprichosos! Con las maletas, tocaba hacer más viaje. Ya comeríamos en destino.

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