domingo, 21 de octubre de 2018

Diario de Viaje: La Rinconada-Angochagua (Noviembre de 2016)

Un lugar muy cerca de Ibarra. Es más, desde donde vivía se avistaba en el farallón el valle donde se localiza esta pequeña comunidad. El viaje va subiendo las faldas del Imbabura y la vegetación poco a poco se hace más espesa, antes de que empiece el páramo. Idas y vueltas, curvas cerradas y parroquias minúsculas llegamos al valle. Y es espectacular.

La entrada al valle es muy llana, con altos y delgados árboles arracimados en pequeños grupos. Y algunos sobre montículos, como si fuesen (posiblemente lo sean) antiguos túmulos de los antiguos pobladores del lugar: los caranqui.

El valle es bastante escarpado, dando lugar a un cajón en la naturaleza plagado de casas a medio terminar y muchos campos de cultivo. En la zona central hay como una plaza vecinal que se llenó al poco de puestos de comida muy variada y que zampamos a la vuelta con fruición. Y las muchachas con sus actuaciones de baile y música regional amenizaron todo el rato.

Merece la pena internarse más por el valle hasta las primeras estribaciones. Los paisajes, con una ladera del volcán imponiéndose a todo, es espectacular. Los parajes entre prados y riachuelos lo hacen una experiencia magnífica. Incluso pudimos ver un petroglifo, donde habían (supuestamente, porque descubrimos que los guías 'resaltaban' las marcas cada cierto tiempo para que no se perdieran) figuras animales y elementos solares grabados en una enorme losa de piedra. Las subidas, eso sí, son para destrozarte. Bueno, si quieres menos subida hay otro camino, que también hicimos en una segunda ocasión, que remonta el arroyo hasta una hondonada provocada por una cascada. Entre tanta vegetación es como si fueses un explorador selvático. Toma el agua, pero no mucho, ya que está fría y puede cortarte la digestión.

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