Con ganas de viajar más y con ganas de quitarse la feria (trasladada de agosto al mes de octubre) nos fuimos a seguir conociendo más rincones de la provincia de Ávila, que siempre me dejan un buen sabor de boca. Y la verdad que este pequeño pueblo no está muy lejos del límite provincial y tardamos alrededor de una hora en llegar.
El cambio es grande, de ruido a silencio. Calles tranquilas y un buen restaurante donde comer bien. Varias callejas con algunas casas de piedra, zona de transición cerca de la carretera con los eternos bloques y casitas de fin de semana con inspiración tradicional. De la zona del ayuntamiento, con la iglesia al lado, a la presa del Pajarero a montecitos cercanos. El lugar merece mucho la pena y más cuando te internas ascendiendo hacia el norte y te sumerges en los castaños que ya estaban empezando a amarillear. Unas vistas bastante buenas.
Eso sí, creímos que iban a estar las temperaturas algo más agradables pero por la noche refrescaba bastante y terminamos resfriándonos.
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