Tenía las ganas desde hace mucho tiempo de descubrir esta ciudad, con tanta raigambre en la Historia de Andalucía. Como estábamos pasando parte de las vacaciones en la Sierra de Grazalema no costaba mucho acercarse a Ronda. Lo primero de todo, encontrar aparcamiento y tomarse un buen café. Lo dejamos bastante lejos del centro histórico y es como cualquier lugar, por lo que pronto avanzamos hacia una peatonas, creo que Ríos Rosas, llenas de gente y con multitud de tiendas de recuerdos.
Llegué por fin a la Plaza del Socorro, con el imponente escudo de Andalucía transformado en escultura y el casino al fondo, como un fuerte homenaje al germen andaluz que fue la Asamblea de 1918. Es maravilloso caminar por estos lugares que rezuman historia. Y cómo no, de ahí a cruzar el Puente Nuevo. Es espectacular, tiene unas vistas maravillosas y te da algo de vértigo ser consciente de la altura que salva. Por supuesto encontramos un camino para bajar y verlo desde abajo, cerca del Guadalevín. Es otra vista muy imponente, merece la pena hacer la cuesta desde la Plaza de María Auxiliadora y después descansar en esta o comprar en los puestos que hay.
Callejeando por esta zona puedes llegar a encontrarte, bordeando la iglesia, el alminar de San Sebastián, insertado entre pequeños edificios de blanca cal y llamando a una oración mística que traspasa edades. Desde ahí puedes llegar a la antigua muralla y acercarte al Puente Viejo, donde el tajo tiene otra fisonomía, no menos hermosa que la típica postal rondeña. Esa parte está más tranquila, desde la Fuente de los Ocho Caños, al templete de la Virgen de los Dolores, pasando por la Plaza de la Oscuridad.
Una visita obligada siendo andaluz y amante de la arquitectura.
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