Casi ocho años después tuve la oportunidad de volver a pisar suelo francés. La verdad es que lo había echado de menos y con el tiempo ya se me ha oxidado el idioma, cosa de la que me arrepiento bastante. Pero gracias al trabajo tengo la oportunidad de acercarme a mi querida Francia.
Eso sí, el viaje estuvo lleno de complicaciones pues íbamos a Ginebra y de ahí cruzábamos la frontera para llegar a Grenoble. El avión tuvo que volver a Barajas por un pequeño incendio, así que inauguré la cuenta de aterrizajes de emergencia. Evidentemente, todo se retrasó y tuvimos que ir a la carrera con todo, ya que del aeropuerto había que llegar a la estación de trenes de la ciudad, sacar el pasaje ahí (porque en el aeropuerto por algún motivo ese día no podían) y cruzar los dedos para lograr llegar antes de que cerrasen la cantina para la cena. Sin cobertura tampoco podía avisar a nadie y cuando llegamos todo estaba cerrado justo ante nuestras narices. Pedir comida a domicilio se hizo bien complicado, puesto que al que la iba a traer se le rompió la cadena de la bici y anuló todo. Al final, con mucha suerte, pudimos cenar bien de noche.
A la mañana siguiente el paisaje te impresiona, pues está lleno de grandes macizos, peñas, cortes geológicos y enormes cordilleras nevadas a lo lejos. El oriente francés tiene un atractivo que no lo conocía. En posteriores viajes a la luz del sol pude ver cómo el camino boscoso y salpicado de lagos queda enmarcado por imponentes macizos y hay multitud de pueblecitos que te piden a gritos ser visitados.
Lo malo del trabajo es que son pocos días y muy intensos, turnos de 12 horas al día. Cansa mucho y no te da tiempo a nada. Sin embargo, pudimos escaparnos una noche a callejear en el centro con la baja iluminación típica de Francia. Pero al menos pude callejear por el casco histórico, con callejas de estilo típico: planta baja con puertas en la pared imitando a los arcos de medio punto y muchas y pequeñas ventanas. Y madera por todos lados. Es parecido al oeste pero a la vez diferente.
En otro viaje pude sacrificar sueño y hacerme una larga caminata para ascender al fuerte que hay en la zona norte. Es como una bastilla a la que se accede mediante funicular. Yo lo hice a pie, desde una zona bastante pintoresca y en el ascenso cada vez podía ver mejor una panorámica de la ciudad y cómo está enclavada entre varias cadenas montañosas. Me gustó mucho subir y tener una vista magnífica del lugar. Caminar por la ribera del Isère con tanta agua y vegetación siempre te hace bien. Ojalá más tiempo libre para poder recorrer todo con tranquilidad.
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