jueves, 13 de junio de 2013

Alfonso XII y las Cortes de 1880

Alfonso XII inaugura estas Cortes con alta satisfacción, y nunca sentirá tal afecto nunca más. Lo declara con motivo de su nueva esposa, ya ferviente defensora de España y porque se presenta con la sucesión dinástica asegurada: una pequeña princesa. Esta hija aúna las dos dinastías que han regido largo tiempo España, los Borbón y los Habsburgo.

También recuerda que es el sexto aniversario de su ascenso al trono y que su reinado ha estado plagado de discordia, penuria y guerra. Pero a cambio la resolución de todo esto ha sido cumplida en gran medida y quizás ha superado las expectativas que se tenían de mejoras al principio de su reinado. Como muestra, el gran abanico de libertades constitucionales, hecho que no puede ser negado por los buenos españoles, sin importar sus opiniones políticas. Además, el aumento de orden y riqueza permite llevar a cabo en el interior del país grandes operaciones de crédito y puede realizar inversiones puertas afuera. El Rey menciona que esto se ha podido conseguir porque ya no hay ningún español rebelde, cosa muy rara en este siglo XIX.

Pero no todo son albricias, la reorganización definitiva aún no está hecha y solo será posible con el concurso riguroso de diputados y senadores. Los desacuerdos con otros países durante las guerras intestinas peninsular, americana y asiática han de resolverse cuanto antes. Sin anhelar subyugar países es necesario aplicar una fuerte política diplomática ahora que la paz interior ha sido totalmente alcanzada. El objetivo, según el Monarca, es ampliar los tratados comerciales. El Gobierno, para lograrlo, quiere aplicar el principio de reciprocidad: a los países que apliquen trabas a España, España les hará lo mismo e igualmente en el caso de los países que den facilidades, que se les devolverá facilidades.

Pero todo esto no quiere decir que se ha de estar apartado de todo lo que ocurre fuera. Testigos de que esto no es cierto son las con Reino Unido para aclarar aspectos sobre los intereses de ambos en territorio marroquí. Esto ha hecho que también se alcancen convenios con Marruecos, a los que se han sumado otras potencias posteriormente. También se resaltan las óptimas relaciones con la Santa Sede, hecho de interés porque la mayoría de españoles son católicos.

Tanto Alfonso XII como los representantes legislativos han de prestar atención a los ejércitos como reconocimiento a sus hechos en Ultramar y la Península. Cada día, ambos cuerpos, mejoran organización, instrucción y disciplina. Pero necesitan los nuevos y costosos avances que el mundo bélico está implementando actualmente. El Monarca aclara que no es Potencia, y casi tampoco Nación, aquella que no está preparada para una justa defensa. Resalta la demora en la remodelación de fortalezas y acuartelamientos. También ve urgente una mejora de la artillería, con más poder de defensa y más efectividad. El Rey indica que la Marina está falta de buenos cruceros para equipararse a otros países.

Para todo esto es vital una organización definitiva del presupuesto nacional. No olvida que se ha mejorado mucho en muy poco tiempo pero que para invertir y eliminar deudas deberán aplicar los gastos en varias generaciones, tal y como hacen el resto de países. Para paliar cierto grado esto se buscaron préstamos de deuda flotante cuando el crédito no podía dar más en ciertos aspectos. Las fuertes amortizaciones impuestas reducen rápidamente las deudas, pero a su vez desnivela los presupuestos. Alfonso XII ve irónico que los que más se benefician de las amortizaciones son los que más la critican: pide sacrificios pero remarca que bajando el interés del dinero y desahogando el Tesoro repercute en el bien estatal y en mayores retribuciones a los primeramente afectados. Dice que es el momento de contener el déficit y relajar las obligaciones creando nuevos impuestos y modificando los anteriores para que no se pague más aunque haya más impuestos.

Cumpliendo la ley de 1876 ve inevitable que la deuda aumentará las obligaciones del Estado al tratar la restauración del crédito y la dotación de amortizaciones. Pero este ritmo no puede ser eterno porque priva a muchos servidores eclesiásticos y estatales de un porcentaje de sus ganancias.

El Rey no olvida la legislación sobre Cuba y la abolición de la esclavitud, hecho obligado por consideraciones de humanidad y prudencia. Los beneficios, a pesar de la honda transformación sufrida en la isla por la abolición, se notan el desarrollo y aumento de los cultivos. Con los tributos nuevos se plantea la mejora de la enseñanza en la isla, la construcción de ferrocarriles y nuevas vías de comunicación que repercutirán positivamente en los isleños. Esto se logrará por el encono de lograr la paz por parte del Gobierno y en el pueblo cubano en su afán de mantenerla. Por último, se presentarán leyes para pagar toda la deuda cubana anterior a 1878. Por su parte, Puerto Rico ha visto mejorada la instrucción, las escuelas de artes y oficios y el reembolso de créditos. En Filipinas se nota el progreso a pesar de los terremotos que ha sufrido el archipiélago. Destaca el Rey el nuevo cable submarino y los vapores de correos más eficaces.

Todo lo anterior ha obligado a considerar en los presupuestos las posesiones africanas, por ello es necesario una reorganización administrativa y que la zona guineana pueda producir lo que consume.

Tampoco hay que olvidar las leyes del año anterior que quedaron pendientes de tratarse. Destaca por importancia la reforma del tribunal Contencioso-Administrativo y la aclaración del procedimiento gubernativo y la diferenciación de competencias administrativas y judiciales. La Comisión de 1879 creada por petición del Consejo de Estado tiene miembros de distinta ideología y se le pide que lo que revisen lo miren como proyecto común y que no actúen de manera partidista para frenar la legislación.

También se plantearán leyes sobre refundición de moneda para completar los avances de esta campo. La eliminación de desigualdades entre clases pasivas es otro punto a resaltar. Son necesarias, además, leyes sobre sanidad, instrucción pública, crédito agrícola, ferrocarriles y patentes industriales. Alfonso XII dice que aunque sea una tarea enorme y complicada España no tiene que quejarse de sus representantes, puesto que su actuación sincera está al nivel de los demás países parlamentarios.

No toda la culpa es de España, tales problemas están siendo padecidos por muchos países y España es de las naciones más libertad política del momento, por lo que no vale quejarse de males pasados. Las dificultades se arreglan por la actuación de los poderes públicos y el patriotismo de los pueblos. Esto es suficiente para desacreditar a los utopistas y conspiradores, puesto que ven un mal que es endémico al sistema, pero no valoran los esfuerzos mencionados para solventarlos o minimizarlos. Una cosa es libertad y otra la protección contra ataques ilegítimos e irracionales.

El Rey anhela la riqueza, la libertad y la gloria de España y espera que se llegue al nivel que alcanzó en tiempos pasados. Confía en que la Providencia los ayudará al querer el bien utilizando para conseguirlo la razón y la justicia.

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