lunes, 3 de junio de 2013

Diario de Viaje: Rennes/Roazhon/Resnn (Marzo de 2013)

Pues tras intentos e intentos de Geo por fin me decidí a madrugar el Domingo de Resurrección y pasar un día en la región de Bretaña, más exactamente en su capital Rennes. Una fría espera en la estación y un viaje tranquilo, viendo pueblecitos con iglesias góticas, bosques frondosos y montes con palacetes. Rennes, fría y desolada. No había nadie. Preocupado estaba, ya que pensaba que en un día festivo saldría alguien a la calle.

Pobre de mí que las pilas de la cámara digital se acabaron pronto, pero puede captar las calles rennesas y el riachuelo Vilaine, encajonado y con partes bajo los bulevares. Grandes edificios, como République, la ópera y el ayuntamiento. Lo más pintoresco son las calles estrechas con casas antiguas de vigas de madera, algunas de colores varios, otras retorcidas y con el amago de derrumbarse de un segundo a otro. Muy pintoresco, la verdad. Es como si estuvieses de vuelta en la Edad Media. Un paseo me llevó al Parlamento de Bretaña, con su arquitectura curiosa de tejados de gran desnivel y casi con la misma altura que la base del edificio; con sus armiños rojos y sus flores de lis doradas.

Un paseo hacia la otra parte de la Vilaine y la visita a la catedral (cerrada). Sospechando me fui entonces a ver la alameda del riachuelo y a visitar el enorme parque de Thabor, con sus zonas de patos, caminos diversos, sitios de juego, jardín botánico, sillas para leer, invernaderos y plazas con algunos dibujitos. Aproveché y entré en la iglesia de Nuestra Señora y después me encaminé hacia la inacabada e imponente iglesia de San Albino. Esto me llevó a ver más calles con casas de vigas de madera y a poder entrar en la decoradísima catedral de San Pedro, con sus paredes y pinturas doradas que recordaban el estilo bizantino. Y por fin a la tarde comenzó a aparecer la gente y me sentí más tranquilo: no había fantasmas, jeje. Vi una tienda de productos españoles con la bandera española más rara que he visto jamás (sin columnas, sin escusón, con el entado en blanco y las cadenas incompletas). De ahí tiré al parquecillo de la Motte, donde había una escultura en honor a los caídos (y que estaba cerrada la plaza por una verja de menos de 30 cm) y entré en los jardines del palacio de San Jorge.

Tras eso, retrocedí por otras zonas para ver la parte moderna donde había un curioso jardín y la explanada de De Gaulle. La vuelta con un pequeño contratiempo al no saber el mecanismo de troquelado de los billetes franceses.

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