miércoles, 24 de septiembre de 2014

La agitada vida de al-Afgani (1/4)

No es secreto para nadie que me encanta la época islámica de la Península Ibérica, pero la historia del Islam es más larga y extensa. Leyendo libros históricos sobre la historia de los territorios bajo esta religión he descubierto personajes bastante interesantes que, como viene siendo habitual en Occidente, recae sobre ellos el velo del desconocimiento (y un cierto orgullo en esto, para desgracia y oprobio de la cultura que se cree lo inventó todo sin ayuda de nada ni nadie).

En el convulso Islam colonizado por las grandes potencias europeas, y por un Imperio Otomano cada vez más debilitado, allá por finales del siglo XIX y principios del XX vería la alianza nunca vista de los sectores religiosos y radicales. Uno de los forjadores de esta alianza entre gobernantes laicos y opositores ulama no fue otro que Sayyid Yamal al-Din al-Afgani, nacido en 1837 en Persia, donde la variante islámica predominante es el chiísmo. Aunque nació y se crió allí se hizo pasar por afgano para ganar peso entre los musulmanes sunníes. al-Afgani se había educado en la tradición filosófica de Avicena, que defendía los postulados racionalistas y místicos. No solo bebió de Avicena, sino también de otros sabios influidos por Avicena que en la época de al-Afgani estaban en boga en Irán.

Se sabe que en 1857 empezó a viajar por los territorios musulmanes hasta recaer en la India, colonia británica. La experiencia parece que no fue satisfactoria, ya que ganó un odio visceral y eterno al imperialismo británico. Con estas ideas viajó hacia Afganistán e intentó convencer a los gobernantes de iniciar una revuelta contra los ingleses. Sin embargo, ganó muy poco apoyo y sus postulados fracasaron rápidamente. Derrotado, se dirigió hacia la imponente Estambul para predicar sus ideas. Pero al-Afgani tuvo otro revés y fue expulsado de la capital otomana en 1870 por sus discursos basados en antiguos filósofos musulmanes que en la fecha eran tachados de heréticos. De allí, vagabundeó hasta llegar a Egipto en 1871, donde sus proclamas fueron escuchadas por un puñado de jóvenes que con el tiempo llegarían a convertirse en los protagonistas del despertar nacional egipcio. Tal educación inquietó a muchos gobernantes y en 1879 se decidió la expulsión de al-Afgani.

Convencido de que sus ideas tenían eco en algunos musulmanes no se rindió y empezó a confeccionar escritos a favor de la modernización de los países islámicos y en contra de los imperios colonizadores y sus políticas devastadoras. Sus libros se hicieron conocidos en la India y allí fue a ganar adeptos. Pero pronto pensó que había que atacar a los imperios desde dentro y convencido de esta idea se trasladó hasta Francia, donde editó el periódico árabe de posturas antibritánicas y con un afán panislamista. El periódico no fue otro que al-Urwa al-Wuqta. Cada vez tenía más adeptos y cada vez ganaba en valentía, por lo que decidió trasladarse a Londres y criticar al Reino Unido desde su mismísimo corazón. Pero sus intentos de influir en la política británica fracasaron pronto y decepcionado se encaminó de nuevo a Persia, más exactamente a Bushire, un puerto al sur del país. La vuelta a su tierra natal no tenía ningún plan, sino que cuando fue expulsado de Egipto envió hacia allí sus libros y pertenencias, por lo que acudió allí para recogerlas. Su plan era parar un tiempo en Persia y dirigirse hacia el Imperio Ruso a la brevedad. Sin embargo, el ministro iraní de la prensa (Itimad al-Saltaneh) tuvo constancia de su paso por Persia y convenció al Shah de invitar a esta controvertida figura a acudir a Teherán. Pero sus proclamas antibritánicas no hicieron ninguna gracia al Shah y pronto se enemistaron. Pero sus furibundas réplicas calaron en un grupo de discípulos. Quedaron convencidos de que para frenar la usurpación occidental era vital unir las facciones religiosas y laicas en esta causa común. Como resultado del conflicto con el Shah fue expulsado de Irán en 1887 y se dirigió al lugar que en un principio tuvo en mente: Rusia. Pasó allí dos años hasta que sintió la necesidad de viajar hacia Europa por tercera vez. Allí, en 1889, se reunió de nuevo con el Shah y parece que hicieron las paces porque este le invitó a regresar a su país natal. Encantado por la idea regresó a la brevedad, pero pronto tuvo las cosas en contra, puesto que el primer ministro iraní (Amin al-Sultan) no quiso recibirle. Es más, conspiró contra él y persuadió al Shah de que cambiase de opinión. Así que en el verano de 1890, un prevenido al-Afgani se refugió en un santuario al sur de Teherán.

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