miércoles, 12 de octubre de 2016

Diario de Viaje: Ollantaytambo/Ollantay Tampu (Febrero de 2016)

Tras la visita a Písac nos embarcamos en una furgoneta que recorrió parte del Valle Sagrado. Multitud de pueblos celebrando carnavales. Eso conlleva a muchos banderines por las calles, ritmos, música, ropas coloridas y baldes de agua sin misericordia. Apunte para navegantes: cierren bien las ventanas de sus coches. Varios pueblos con lo mismo y entre ellos mucha vegetación y lluvia para no romper la tradición. Ríos por aquí y por allá, lomas y montes encajonando el valle. Da para visitar con más tranquilidad esta zona. El Valle Sagrado es bastante largo y sinuoso.

La llegada a Ollantaytambo tuvo la primera parada en un restaurante, pues estábamos casi famélicos. Menos mal que la plaza central tiene varias cosas. Y una gran vista a un lado del Valle con enormes montañas verdes. El pueblo merece la pena, pues tiene un barrio donde las manzanas son gigantes y las callecitas entre bloque y bloque están empedradas y son muy estrechas y provocan una curiosa sensación. La parte baja de las casas también está empedrada y le da un aire antiguo y místico. Y sobre todo lo típico de las calles en esta zona: pequeños canales para evacuar el agua justo en el centro de las calzadas. Pero claro, sin los animales gargolados de Písac.

Las ruinas están muy cerca, pasando el típico mercado artesanal. Por suerte pudimos dejar las maletas y mochilas a resguardo, porque la lluvia se hizo intensa en esos momentos. Las ruinas mezclan templos, fortaleza y población. Parece que era un centro de defensa en la época inca. Eso sí, infórmense previamente porque las explicaciones de los guías a veces son de lo más aleatorias. Si por la mañana en Písac nos dijeron que el Emperador inca tenía varias esposas para cerrar vínculos con las casas nobiliarias de las cuatro regiones del Imperio (el conocido Tahantinsuyo), ahora nos decían que el Emperador era monógamo. Y que una fuentecita era el lugar de su baño (no se veían restos de paredes, así que supusimos que se bañaba frente a la vista de cualquiera). Canalizaciones de agua y llamas pululando por la zona, subimos por el lado contrario para aprovechar ver tranquilamente el observatorio solar y un macizo cercano (frente al templo) con pendientes muy abruptas, pero que no impuso dificultad a los incas para poner lugares de vigilancia y para poner las cosechas a resguardo. Es muy impactante la vista de esto. Subiendo llegamos a otras zonas de almacenaje, con los típicos techos de paja (reconstruidos) en un ángulo bastante pronunciado.

De ahí, ya el sol estaba asomando, pudimos llegar hasta los graderíos, que dominan el panorama desde abajo. Paredes pulidas con unas protuberancias extrañas (con más de cinco interpretaciones diferentes) y el famoso Templo del Sol con sus enormes lajas. Parece que en ciertos momentos del año el primer rayo de sol pasa por una roca en forma de indio del macizo cercano e impacta en los grandes bloques del Templo. Puertas trapezoidales, miras al río Patakancha (el cual fue desviado para lograr pasar los bloques de piedra de una cantera al otro lado del valle) y ventanucos en unas paredes hechas con sillería elegantemente pulida.

Ya cansados volvimos al pueblo y empezamos a buscar zonas para comer. La estación de tren, algo alejada del núcleo urbano carecía incluso de bebidas calientes y solo ofrecía cervezas. Un desastre. Bueno, parte del grupo embarcó primero y los más audaces nos quedamos atrás buscando una pizzería que tenía buena pinta. Lo curioso del lugar es que tienen muy pocas cosas (una pizza mediana significa eso, solo una única pizza de tamaño mediano). Y si pides algo fuera de lo normal tienen que salir a comprarlo. Muy loco, sí. Finalmente se hizo la hora y embarcamos en el tren, de pinta antigua pero restaurado y con un buen servicio. Ya se había hecho de noche y aguantar era complicado. Al día siguiente, Machu Picchu.

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