viernes, 29 de diciembre de 2017

Puigdemont o la huidiza col de Bruselas

Sí, esas coles verdes y pequeñitas que si no las enfilas bien con el tenedor dan un salto y huyen rápido del plato. Con ese esperpento creo que hay una buena metáfora para el actual tema catalán. Mira que en varias ocasiones me he visto tentado a escribir una entrada en el blog pero cada dos o tres días aparecía algo nuevo que me frenaba para no hacer la entrada incompleta. Como la Historia se escribe día a día y lo que estamos viviendo es algo que en el futuro aparecerán en los textos a estudiar, siempre va a quedar incompleta. Pero bueno, ya en el futuro lo continuaré. O no.

El tema viene de largo y sobre todo en el impulso a ideas nacionalistas y regionalistas tras la Transición. Nada de malo tiene, los que me conocen pueden atestiguarlo, pero algunos usan ciertos derroteros para su beneficio propio, dejando el de los demás muy trastocado. Esos pactos a gobernar desde Moncloa dependiendo de CiU o como se llame ahora les dio gran protagonismo (y sus victorias autonómicas incontestables también) y con el nuevo Estatuto de 2006, donde se manejaba el término nación para Cataluña se creó un buen ambiente de nacionalismo. No tengo nada en contra de considerar a España como un Estado compuesto de varias naciones, pero parece que los tribunales no lo tuvieron tan claro y echaron para atrás partes del nuevo articulado. Eso creó una afrenta que se utilizó incluso para tapar los casos de corrupción en el antaño y honesto oasis catalán. Ay, cuánto se ha hablado del 3% en comisiones. Ay, Pujol, el político mejor considerado en Cataluña con toda la familia desfalcando y metiendo dinero a lo loco en Andorra.

Bueno, Artur Mas, el discípulo de Pujol, no pudo estar en mejor posición al alcanzar la Generalitat y empezar con una política de que el Estado les robaba. Buena parte de razón tenía al tener una pobre financiación y un cierto trato gélido hacia esta tierra por parte de Madrid. Lo importante era tapar corrupciones, acallar patéticas financiaciones en sanidad, gestiones deleznables... Agravios comparativos y hacerse las víctimas al principio funcionó, aunque a día de hoy cansa y no convence (y más siendo una de las regiones de Europa con mayor autonomía). Ahí se llegó al referéndum del 9-N en el año 2014 donde, a mi juicio, Rajoy jugó de una manera eficaz y elegante: dejó que todo se llevase a cabo para ver cómo votaban menores, gente no empadronada y en varias ocasiones. Pero bueno, esto no terminó de amedrentar al enfervorizado nacionalismo y siguieron como clérigos ensimismados. Las elecciones cada vez daban menos escaños a los soberanistas pero esto no los amedrentaba.

Para que Puigdemont llegase a la Generalitat casi se acaba con el plazo de búsqueda de candidatos. Mas, creyéndose desgastado, tomó un perfil bajo durante la campaña, aunque con fuerza quiso revalidar su presidencia. No se lo dejaron los socios de la CUP y en una jugada frenética, Puigdemont salió de la nada y se convirtió en el heraldo del independentismo. Habría otro referéndum y nada parecía evitarlo. Esta vez Rajoy, tras su tumultuosa reválida de su cargo, jugó diferente y, para mía, imperó más el interés partidista que el interés general. Dejó hacer y cuando vio que todo se le echaba encima, ya se estaba votando el 1-O de 2017. Había avisado que no pasaría nada, pero pasó. Participación amañada, claro, pero cuando vio que a nivel internacional la gente iba a alabar el proceso de independencia puso a actuar a las fuerzas de seguridad, actuando con una crudeza muy elevada. Imágenes desagradables que recibieron críticas internacionales.

Los políticos independentistas empezaron a abrazar con fuerza el reciente concepto de posverdad: actuar como si nada pasara, aludiendo a vagas referencias legitimadoras. No importaba que incumplieran todas y cada una de las leyes y que el Tribunal Constitucional vetase sus locas leyes. Actuaban como si estuviesen en una realidad paralela y no importaba qué ley había ni cuántas advertencias (incluso de los propios juristas del Parlament) se les hacían. Actuar de una manera hasta que por cansancio o reiteración se tornase en normal y aceptable. Cero autocrítica. Eso me ha mantenido sorprendido hasta hoy, como si fuesen sordos ante todo.

El mensaje del Rey fue duro, nunca se había pronunciado de manera tan contundente. No se preocupó por las cargas policiales y eso es criticable, pero actuó como un resorte. Los catalanes constitucionalistas (que, por cierto, no son un porcentaje desdeñable) empezaron a protestar y a parodiar la posverdad independentista. Las empresas empezaron a amenazar con marcharse de Cataluña (al menos su sede social). Los partidos políticos constitucionalistas abandonaban las votaciones del Parlament que podían ser sujeto de acción judicial. Eminencias políticas clamaban por manifestaciones multitudinarias y pacíficas. Ya nadie se acordaba de los temblorosos puentes tendidos desde Moncloa donde se sugería que si todo se detenía se lograría una Hacienda catalana propia, al estilo vasco. La gente dejó de tener miedo y empezó a ondear la bandera constitucional, tanto dentro como fuera de Cataluña. Y la senyera fue la que acalló la proliferación de esteladas.

He de confesar que viví estos días con suma tristeza. De ver cómo políticos que no escuchan al pueblo jugaban su terrible juego, de familias rotas por visiones polarizadas, de cómo la confianza internacional se reducía a la nada.

No importó que Puigdemont estuviese a punto de echarse para atrás. Sus socios de ERC y la CUP no se lo iban a perdonar y sus apariciones con horas de retraso ya eran costumbre. Demasiado miedo de tomar el camino sensato y con la única opción de seguir huyendo para delante. Lástima que la agonía se haya perpetuado tanto, porque este tema catalán se ha usado (y se está usando) como cortina de humo para tapar corruptelas (véase el PP en su máxima expresión). El 10 de octubre vivimos la independencia de Cataluña durante 8 segundos aproximadamente, expresada de manera ambigua y confusa, como si supiesen que esto no llegaría muy lejos y la Justicia atacaría con toda su fuerza. Por suerte, la Unión Europea apoyó sin ambages la unidad de España, así como muchos países del planeta. Ningún reconocimiento a la República Catalana, ni siquiera los esperados. Esto hizo mucho daño. Y más que los pocos apoyos vinieran de marginales partidos europeos de extrema derecha, haciendo ver que el nacionalismo no tiene aliados sanos.

El 27 de octubre, a pesar de las manipulaciones de los resultados electorales del 1-O, se votó (¡esperando una mayoría simple para tal decisión!) la Declaración Unilateral de Independencia. Pero el antaño fantasma del artículo 155 de la Constitución comenzó a tener más peso. Largos y lentos requerimientos, preguntas y respuestas vagas que pedían un diálogo (con la posverdad de que estar fuera de la ley te habilita a seguir dialogando en igualdad de condiciones), el Tribunal Constitucional tumbando todo y el Senado con debates agrios activaron el 155, el cual tampoco fue tan severo como vaticinaban algunos viejos periodistas. Con pasmosa facilidad se abortó todo, con sorpresa nadie arrió la bandera española de la fachada del Parlament. Con admiración vimos cómo acudían a declarar sin protestar y tras un tiempo en la cárcel, prometer humillantemente que lo que habían hecho no se volvería a dar y que acatarían la Carta Magna sí o sí (aunque ahora algunos perjuren).

Puigdemont aprovechó para huir, de manera algo cobarde. Junqueras al menos fue lo suficientemente estoico como para quedarse en el país e ir a la cárcel, con todas las consecuencias. En Bruselas, a pesar de las manifestaciones multitudinarias, pocos apoyos ha podido ganar. Los políticos de Bélgica no lo quieren cerca por sus consecuencias y el altavoz de las instituciones europeas tampoco le fue dado. Parece que ahora, por no tener oficio ni beneficio en Bélgica, ha de irse (ya sin la extraña euroorden) y puede que recale en Rumanía. ¿Quién sabe? Lo que sí se sabe es que si toca territorio español va a ir directamente a la cárcel. Las elecciones autonómicas de este mes de diciembre no han aclarado mucho el panorama, aunque el ascenso impresionante de C's puede que tenga consecuencias. Toda esta agonía y esperpento parece que se prolongará en el tiempo, generando un limbo donde ambos bandos ganen y pierdan a la vez. Quizás, la sarcástica propuesta de Tabarnia (una nueva comunidad autónoma formada por partes de las provincias de Barcelona y Tarragona), la cual se justifica con las mismas propuestas que el independentismo catalán (y estos contraargumentando como había hecho hasta ahora el unionismo, cruel ironía), termine por abortar toda esta locura con una sonrisa. Eso sí, la sociedad catalana está bien fracturada y eso va a tardar mucho en restañarse.

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