domingo, 17 de marzo de 2013

Alfonso XII y el Manifiesto de Sandhurst de 1874


Esta aparente simple carta de respuesta a las felicitaciones por el cumpleaños de Alfonso de Borbón se convirtió en poco tiempo en un fuerte camino programático sobre los pasos en los que se asentaría la Restauración. El artífice no es otro que Antonio Cánovas del Castillo, que con la excusa del 17º cumpleaños del rey en el exilio Alfonso XII (por la parte isabelina, que también había pretendiente carlista) hace llegar a España el 1 de diciembre de 1874 un mensaje a las autoridades republicanas sobre la alternativa que sería la vuelta de la monarquía. Aunque Cánovas pensaba que el régimen autoritario de Serrano cedería ya en 1875, el entusiasmo popular por el documento llevó a Arsenio Martínez-Campos a pronunciarse en favor de la Restauración el día 29 de diciembre, en Sagunto. También que este golpe empujaba a los antiguos miembros del Partido Moderado en relevancia política.

En el manifiesto hace saber que multitud de intelectuales y políticos confían en que el restablecimiento de la monarquía constitucional es la única solución a tanto desaguisado que lleva atacando a España. La respuesta del joven Alfonso, desde la academia militar de Sandhurst, es que en su concepto de Restauración caben todos, sin importar su pasado político. Que proponga un régimen de unión y paz y que se presente como alguien neutro y sin inclinaciones políticas hace de garantía a su ofrecimiento. También se hace hincapié sobre que no es aún segura su vuelta pero que de todas maneras se siente preparado para coger el testigo en la Jefatura.

Para indicar que por derecho sucesorio el Trono le pertenece a él indica que su madre abdicó y que no existen otras ramas legitimadas para acceder a él, en clara alusión al pretendiente carlista Carlos VII. Recuerda que se vio obligado a exiliarse siendo un niño a punto de cumplir once años.

Pero si antes quiso decir que no tiene recuerdos para encontrar enemigos y amigos de antaño pasa de inmediato a criticar el régimen autoritario del momento a causa de su poca preocupación por las libertades civiles y que en estas situaciones solo la vuelta a un entorno regido por una constitución es la única alternativa, como ya ocurrió en el pasado español. No es baladí que reitere que es necesaria la vuelta de una monarquía hereditaria (descartando a los Saboya) y representativa (descartando las posiciones conservadoras de los carlistas) y que en este régimen se atenderán las necesidades de todos: desde las clases más ricas hasta las clases obreras. Para ello, indica que el marco de convivencia se hará a partir de una nueva Constitución, ya que la validez de los textos de 1845 y 1869 se encuentra en entredicho. Sobre la proclamación de la República también la descarta como medio continuador debido al proceso singular de su proclamación y al golpe de Pavía por la fuerza para colocar a Serrano en la presidencia. Solo la vuelta de Alfonso XII, según él (o Cánovas), puede devolver la legitimidad aportando flexibilidad y neutralidad, apoyándose en los votos y la convivencia del pueblo. Y este final lo remarca en el siguiente párrafo; descarta que se comporte de manera absolutista, quiere hacer como los Habsburgo, tener siempre a su lado a las Cortes para deliberar y consultar y que para ello es vital que el pueblo comience a conocer el régimen parlamentario como medio de expresión política. Y que esta aplicación ha de ser real y necesaria, recordando a las clases populares que otras salidas (como el anarquismo, el cantonalismo, el socialismo...) quedan descartadas por ser ilusorias o mentirosas.

El final del Manifiesto pone a la luz que solo conociendo la historia se puede llegar a un sistema de libertades y orden, que este es el único medio para volver a ser una potencia. Asegura Alfonso XII que viviendo en el exilio ha tenido la oportunidad de ver esto de primera mano y que lo ha aprendido para aplicarlo en España, que hará todo lo que pueda pero que si al final no resulta su vuelta no le pueden culpar por no intentarlo. Y es así que se despide declarándose buen español (que no es pelele de ninguna potencia), buen católico (para agradar a la Iglesia y algunos carlistas no tan estrictos) y verdaderamente liberal (para atrapar a los personajes más progresistas y temerosos de la vuelta de viejos tiempos).

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