lunes, 14 de septiembre de 2020

Diario de Viaje: Allariz (Agosto de 2019)

 Ya cayendo la tarde hicimos transición a lugares cada vez más montañosos, cada vez más verdes. Y es que parece mentira pero Galicia es otro mundo: las planicies castellanas áridas dejan paso a una orografía complicada donde reina la vegetación.

Llegamos y aparcamos en el amplio terreno junto al convento de Santa Clara, con la bonita iglesia de Ssn Benito, con una piedra oscurecida por las inclemencias del tiempo. Calles con grandes losas de piedra como firme, casas apretadas unas con otras de piedra, balcones y todo siempre con un cielo siempre algo nublado. Caminar hasta la igrexa de Santiago y pensar que desde los tiempos medievales esta zona apenas ha debido cambiar, puesto que las plazas siguen siendo de piedra y bastante pequeñas. Comimos quesos de la zona y vinos de la comarca, aunque nos costó desentrañar el acento gallego del lugar (ojo, tengo varios amigos gallegos de la costa y su acento puedo entenderlo).

También logramos subir al Monte do Castelo, con pocos restos de la fortificación y con una gigantesca bandera gallega ondeando de manera imponente (había varias casas, cerca de la sede del BNG haciendo gala de la enseña independentista). Ver la panorámica del lugar es hermoso, la ciudad en sí o los verdes montes que encajonan el lugar, un rincón maravilloso.

De ahí al Ponte de Vilanova. Creo que es romano pero llegar a él entre tanta piedra y pasar a ver al limpio río Arnoia (había incluso niños bañándose y disfrutando) junto a la amplia alameda hace que el relax llene todos los poros de tu cuerpo y disfrutes de ese lugar como nunca. Que quieras visitarlo una y otra vez. Llegamos a comprar algunos souvenires y visitar la oficina de turismo. No entramos en el Festival Internacional de Xardíns pero nos pudimos asomar un rato antes de seguir paseando.

Caminando por el río llegas a la playa fluvial Acearrica, que más que playa es como un extenso prado donde te puedes sentar y escuchar el río desde algunos impetuosos azudes.

Recuerdo también un festival de músicas del mundo junto a la iglesia de San Benito, el buen humor de los comercios del lugar, tener que ir corriendo a comprarme ropa porque pensaba que no iba a refrescar tanto por la noche, rincones con moho que te hacían fantasear e incluso una culebrilla intentando huir ante nuestra presencia.

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