lunes, 21 de septiembre de 2020

Diario de Viaje: Castro en Parada de Sil (Agosto de 2019)

 Continuamos el sendero, en un día cada vez más lluvioso. El suelo comenzaba a embarrarse y el calor de la mañana ya no estaba. Eso sí, la caminata por un sendero estrecho, rodeado por pequeños muros de piedra a ambos lados cubiertos de musgo, los helechales más allá, la arboleda cubriéndolo todo y algunas desviaciones a saber dónde creaban una atmósfera impresionante. Como si estuviese en algún cuento de fantasía dirigiéndome a algún reino antaño olvidado.

Llegar a Castro, con su carreterita asfaltada, es como que te pincha el globo de las ensoñaciones. Pero por poco tiempo. Hay muchas casas bajas de sillares gruesos que parecen abandonadas, hay otras casas muy refaccionadas, con sus piscinitas y jardines que seguro que se habitan en los meses de verano cuando los que nacieron aquí vuelven las semanas de vacaciones que les dan en las grandes ciudades. Incluso había una fuente de agua muy clara, emanando quizás de las aguas subterráneas que se acumulan en los montes que encajonan el lugar.

Hay como un campamento cercano, A Mirada Máxica, al que puedes acceder por cierto lugar para llegar a un mirador donde volver a contemplar el cañón del Sil. Impresionante y ventoso, con un paisaje impresionante y los mismos barquitos con turistas recorriendo una y otra vez. Hay incluso una pasarela para hacer la experiencia más intensa. ¡Cuidado con vuestras gorras!

A unos cientos de metros puedes llegar al Castro da Cividá, aunque los restos a mi juicio no están bien conservados y los muros pequeños están casi todos cubieros de maleza. Pero te da tiempo para pensar en la cultura celta que ha permeado el lugar incluso hasta día de hoy y que los antiguos habitantes del lugar sabían elegir las ubicaciones perfectamente, para maravillarse del paisaje cada vez que se despertaran.

Descendiendo hacia el río y serpenteando en varios senderos llegar al monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil, totalmente restaurado y con un aire románico impresionante. Los juegos de sombra y la poca luz que atraviesa genera un ambiente de silencio y recogimiento. Las representaciones de obispos o santos generan un ambiente mítico medieval y los alrededores boscosos y empinados te dejan boquiabierto. Incluso había un grueso árbol con un pequeño santo (San Benito) en uno de sus huecos con varias plegarias y exvotos. Impresionante.

Almorzamos unas ricas empanadas gallegas (cómo no, alargando el tópico) cerca del abierto claustro del monasterio y así poder deleitar el paladar y la vista para inmediatamente seguir bajando hasta la ribera del Sil.

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