Llaman a la zona, eso creo, las Raíces de Castilla. Con tal sugerente nombre era de obligado cumplimiento una visita. Y mereció mucho la pena, en verdad. Desde Briviesca enfilamos hacia una zona de monte y la vegetación y el paisaje cambiaron pronto. Y al rato aparece Frías dominando la zona, con su imponente castillo encaramado a una peña. Es muy particular y pintoresco, bastante estrecho pero aprovechando las irregularidades del terreno de manera perfecta.
El pueblo queda a sus pies y se alinean varias calles con una arquitectura de muchos recuerdos medievales. Algunas iban a sillería descubierta, otras con un recubrimiento de colores térreos y las consabidas y atractivas vigas de madera. El prado junto a la iglesia de San Vicente Mártir te permite asomarte a la zona y ver el paisaje, con el río Ebro no tan lejos. La verdad es que queda una zona imponente a la vista del pueblo.
Incluso hay una zona con casas colgadas, al más puro estilo conquense. Muy bonito todo. Caminamos algo bordeando el castillo y callejeando y fuimos a un mirador cercano para tener una buena panorámica del pueblo. Cuando la hora avanzó (llegamos bien temprano) y empezó a atestarse de gente tocó hacer otro viaje para poder seguir descubriendo esta comarca burgalesa.
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