miércoles, 16 de enero de 2013

Instinto de supervivencia (2/4)


¿Habría quizás otros supervivientes en distintas partes del mundo? ¿Estarían en su condición lamentable? ¿Creerían, igual que él, que eran los últimos representantes de su civilización? O quizás había algún lugar que logró preservarse y funcionaba como refugio para un nuevo renacer. Una segunda oportunidad de aprender a convivir en armonía con el prójimo y cuidar la naturaleza. Una oportunidad para volver a expandirse sobre la Tierra y redimirse la especie de sus pecados. Una estadía en el purgatorio para comprender al fin que el egoísmo y la desvinculación con lo que te rodea es un fallo fatal.

Pero en el fondo de su alma sabía que solo eran vanas esperanzas. Destellos de algo mejor para seguir vivo y luchar por él. Desechó todo eso y se preparó para sus últimos minutos. No. Aún no era la hora. No podía consentirlo. Algo en su interior, más fuerte que él, se lo impedía. La sangre de sus heridas, llenas de tierra y resecas, casi se abrieron del impulso que dio para levantarse. Había sacado fuerzas de un lugar desconocido, quizás de su instinto de supervivencia. Volvió a gritar y si hubiese tenido la hidratación suficiente hubiese derramado algunas lágrimas del esfuerzo y del dolor que inmediatamente le azotó sin misericordia. Giró en torno a sí mismo y miró con más detenimiento. Allá abajo había algo. Por un segundo pensó que no podía ser cierto y que estaba delirando a causa de la alta fiebre y la falta de agua. Pero no, ese delirio persistía, por lo que debía ser cierto. Pestañeó varias veces y la imagen estaba fija en la lejanía. Tenía que ir hacia allí, aunque fuese la última cosa que hiciera. La última aventura del último.

¿Cómo se había llegado a eso? ¿Fue quizás la arrogancia de haber sido el culmen de la evolución? ¿Ser la especie dominante había mermado sus capacidades por haberse confiado en una tonta declaración como esa? Mirar por encima lo que te rodea no ayuda. Al final la naturaleza toma venganza y te responde que solo eres un accidente en el devenir de su existencia. Sus inventos, sus avances en medicina, todo borrado de un plumazo. Era la mayor humillación de la que se podía soportar. La petulancia rápidamente acallada. Todos esos grandes científicos, estadistas y visionarios, todos ellos juntos no pudieron con la catástrofe final.

Pasos temblorosos le condujeron hacia el borde de la colina y poco a poco fue descendiendo. Primero, con pasos inseguros y bamboleando el cuerpo para mantener un precario equilibrio; tras ganar en confianza comenzó a descender con más rapidez, pero un apoyo mal calibrado y una piedra traicionera hicieron que Harzak cayera y rodara por la pendiente hacia la base. El dolor consumió todo su cerebro y no le permitió realizar ninguna acción. El lamento y la desorientación se hicieron uno para acabar con su determinación. Intentó acurrucarse sobre sí mismo y relajarse en esa posición pero los huesos rotos no le dejarían en paz. Abrió poco a poco los ojos y cuando los párpados formaban una rendija minúscula echó un rápido vistazo para confirmar que no eran fracturas abiertas. Cuando el dolor remitió lo suficiente comprendió que estaba lejos de su objetivo. Una centena de metros lo alejaban de su meta idílica. Tenía que llegar.

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