El asteroide hizo
daño. De eso no cupo duda. Extensiones inmensas arrasadas, especies
aniquiladas, bosques calcinados, tierra en la atmósfera tapando el sol. Pero
podían haberse recuperado del duro golpe. Lo sabía. Tenían tecnología para
ello. La razón de la debacle fue que previamente la civilización se había
ocupado de desertizar y destruir su ecosistema. Demasiada fe en la tecnología
quizás. O un pueril sentimiento de que podrían resolver todo cuando acaeciese.
O que nunca llegaría. Pero los hechos desmintieron a todos y cada uno de los
postulados de supremacía.
Harzak se revolvió hasta conseguir una postura
cómoda, dentro de sus precarios parámetros. Se movió entre oleadas de dolor
hasta saber qué parte de su cuerpo estaba relativamente intacta. Cuando lo
supo, entre gemidos de dolor y alguna que otra maldición, empezó a moverse con
torpeza hacia su objetivo. Pero estaba cansado y avanzó menos de lo que
sospechaba. La desesperación se hizo presente y gimió lamentándose de su
maldita suerte, como si lo que le pasara fuese una metáfora de lo que le
ocurrió a la especie. Reptó poco a poco hasta que en su mente no había otro
objetivo, solo vivía para reptar hacia su ansiada meta. Pero su maltrecho
cerebro no se rendía y recuerdos y reflexiones, claras indicadoras de las
postrimerías vitales, le asaltaban a cada segundo. Su infancia, su educación,
su vida, su trabajo, el holocausto, todo ello era un cúmulo denso de ideas y reflexiones
que le hacían olvidar la pena y el dolor. Su diminuto objetivo seguía allí,
quizás efímeramente, quizás para toda la eternidad.
Odiaba recordar cómo
huyó cobardemente de su familia, temblorosa y con miedo. No podía ocuparse de
ella, a estos niveles de supervivencia era él o los demás y en una decisión
egoísta y de la que a cada hora se arrepentía enormemente, salió de la ciudad
tan veloz como pudo. Se unió a un grupo de vagabundos, con más experiencia en
sobrevivir en situaciones difíciles. Pero nadie estaba preparado para soportar
tal carga. Muchos de sus nuevos compañeros, hartos de errar por el mundo,
decidieron que era el momento de cambiar de táctica. Nada del idílico coloquio
para crear un nuevo gobierno con nuevas leyes. Nada de crear una jerarquía
mejorada y más amigable. Nada de conservar el conocimiento y volver a
difundirlo. Nada de eso. Sus nuevos compañeros decidieron que los instintos
primarios eran los únicos que podrían asegurar la supervivencia. Asaltaron
viajeros, quemaron pueblos arruinados, mataron con gusto, violaron
devastadoramente. Y él, Harzak, participó. Él que se creía un ciudadano modelo
y de convicciones puras. Él se bañó en sangre ajena, él degolló ancianos
indefensos, él guió al grupo cuando se acabaron en el horizonte las ciudades y
la vida. Él fue de los primeros en arrimarse a la fogata cuando el grupo
comenzó a practicar el canibalismo por falta de alimentos. Y él terminó con la
vida de sus pocos compañeros que aún no habían muerto de sed o locura.
Pero Harzak cada segundo después de ser el
último se arrepintió. Quería redimirse. No quería abandonar este mundo con
todas esas cargas en su cabeza. Sabía que nada iba a cambiar y no quedaba nadie
para dispensar el perdón o el castigo. Pudiera ser que la vida del más allá
hiciese el trabajo, pero no estaba tan seguro. Pero quería limpiar su alma, en
caso de que existiera. Ahora estaba mucho más cerca de su objetivo, su meta
estaba al alcance de la mano. Con un poco más de esfuerzo llegó hasta una
distancia prudencial y con más esperanza que fuerzas logró llegar al punto
ansiado, a su meta dorada. Ahí estaba, frágil al viento, pero rezumando de vida.
Una pequeña y verde planta, con sus hojas recibiendo la poca luz que atravesaba
la capa de crueles nubes. El capullo estaba desarrollándose y en poco tiempo
dejaría a la vista la flor que con tanto esmero había tardado en producir.
Vida, quizás no estaba todo perdido. Él y su especie sí, ya no había más que
hacer, excepto cuidar a esa minúscula planta hasta que se hiciera fuerte y
diese paso al nuevo comienzo.
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