martes, 5 de enero de 2021

Diario de Viaje: San Martín de Montalbán (Diciembre de 2019)

Es de estos lugares que apenas aparecen en los mapas y que se hace poca publicidad de ellos y al final descubres que es un diamante en bruto. Espectacular. Es un pueblo pequeño, bastante tranquilo y con una iglesia típica de la zona.

Los alrededores no tienen fin para recorrer. En primer lugar iniciamos entre encinares (y en un paraje agreste que te deja en el horizonte la línea que forman los Montes de Toledo) a profundizar en el abrupto valle que forma el arroyo del Torcón. Llega un momento en que las formaciones graníticas (o eso creo) dominan el paisaje y finaliza en el enorme dólmen del lugar. El paso del tiempo y los expolios han hecho que se haya derrumbado sobre sí mismo pero logras vislumbrar aún los pasillos y los techos que conformaban esa obra milenaria. Hace que te conectes con el pasado más remoto y con las vistas que tendrían los constructores de aquella época. Incluso ahora se respira una atmósfera trascendente porque la zona está a rebosar de pequeños altares de roca hechos por los senderistas y turistas. Ahora lo llaman "stone balance" y lo dan como algo artístico, decorativo, o relajante al concentrarte pero yo creo que toca algo más profundo, a una religión animista cuyo sustrato ha perdurado al mezclarse con las religiones mayoritarias que han pasado por el lugar.

Si vas un poco más allá llegas a una encrucijada: por un lado el enorme y bello castillo de Montalbán que, desgraciadamente, solo está visitable con cita previa (nosotros con perro entonces lo tenemos difícil); por otro lado llegas a la ermita de Santa María de Melque, con parte de sus sillares extraídos del dolmen cercano. Lo mágico de esta ermita es que es de los pocos (si no el único) templos visigodos perfectamente conservados de la Península Ibérica. Si bien está fuertemente restaurado y hay varios edificios que hacen de centros de interpretación las vistas y los senderos son maravillosos. Puedes entrar sin problemas (y gratis) a la ermita y ver cómo realizaban sus cultos cristianos los visigodos, con sus típicos arcos de herradura y unos ventanucos que dejan entrar la justa cantidad de luz para generar una atmósfera opresiva y misteriosa.

Deshaciendo bastante el camino, y con otra vegetación, puedes llegar al puente de La Canasta, que se remonta a la época del Imperio Romano. La caminata es sencilla, hasta llegar a las inmediaciones, pues el puente salva un tajo de grandes rocas sobre la confluencia de los arroyos Torcón y Cruz de la Muerta. Solo quedan en pie los arcos del puente y no se puede franquear pero piensas en esas enormes obras de ingeniería romana para unir todos los puntos del imperio, sin importar lo difícil que fuese el camino. Lo impresionante es que a día de hoy, aún en ese estado de conservación, perdura. Un diálogo enorme con el pasado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Diario de Viaje: Peñafiel (Febrero de 2023)

 Pues casi sin reponernos del viaje navideño a Portugal tocó otro gran viaje. Mi mujer tuvo que ir a un curso a Santander y yo hacía décadas...