domingo, 9 de octubre de 2011

Ciencia, Arte y Religión

En las Navidades de 2005 un buen amigo de mi padre, amante de la ciencia y las aventuras alrededor del mundo me regaló un curioso y pequeño libro, que puede ser leído sin problemas en quizás un día. La verdad es que una vez leído uno lo relee más detenidamente y con el tiempo empieza a consultar párrafos así sueltos comos si de un diccionario se tratase. Leí otro más del autor que no desmerecía nada, pero éste lo conservo como libro de cabecera. Se titula "Si la Naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta?" y se adjunta un no menos corto subtítulo aclarador: "Y otros quinientos pensamientos sobre la incertidumbre". El autor, Jorge Wagensberg. Nacido en Barcelona en 1948 y doctor en Física, especializándose en teoría de procesos irreversibles. Como buen científico racional quiere iluminar al resto de personas, por lo que desde casi siempre se ha dedicado a difundir ideas científicas de una manera popular. Investigador y pensador, una primura vamos. Tantos años pensando e investigando lo han hecho recorrer el mundo entero en conferencias, estancias, profesor invitado, clases, libros y artículos. Según él, todo lo que ha escrito se puede resumir en frases cortas y directas: dosis de conocimiento empaquetadas que al abrirlas te abruma la cantidad de información que poseen. Es que como él mismo dice: "Hoy casi desconfío de las ideas que no pueden formularse en una sola frase".

El autor, en este magnífico libro, se plantea la realidad y la naturaleza en sí misma desde dos puntos de vista. Lo que vemos y constatamos día a día puede considerarse como un resultado de un proceso que desencadenó reacciones hasta ver las cosas tal como son. Uno entonces se hace la pregunta ¿Cómo se llegó a esto? O sea, la naturaleza es una respuesta apabullante y hemos de encontrar las preguntas adecuadas. Éste es el camino denominado Ciencia. Otro punto de vista es ver la naturaleza y la realidad diaria como un instrumento para un fin concreto. Las cosas están aquí y son de esta manera por una razón. Por consiguiente, la naturaleza es una enorme pregunta, un enigma que desencadena la pregunta ¿Por qué las cosas son así? La inevitabilidad de la pregunta hace que busquemos respuestas que satisfagan a dicha pregunta. Éste es el camino de la Religión. Ciencia y Religión, fuerzas desde antaño enfrentadas son entonces dos maneras diferentes de considerar la realidad y que todos nosotros tenemos en nuestro interior, quizás unos más de ciencia que de religión y otros al revés, incluso a mitad justa, pero ambas siempre conviven en nosotros. Como la concepción de la realidad es diferente su poder de interactuación es limitado, por lo que nunca termina bien cuando una mete las narices en la otra.

Wagensberg analiza metódicamente todo lo que le rodea y puede englobar todo lo que nos afecta en cuatro inmensos grupos: realidad, vida, conocimiento y civilización. Estas cuatro ramas incluso se pueden llegar a considerar como un camino evolutivo. Para formar una sociedad es necesario conocer lo que nos rodea y a nosotros mismos, pero esto debe aplicarse para seres vivos, que si lo están es porque tienen existencia real.

En el campo de la REALIDAD Jorge Wagensberg tiene certeza absoluta de que el motor de todo es el azar, la incertidumbre, el desconocimiento. Cuando sabes lo que te va a pasar dejas que corra y no te preocupas. Si tu vida depende de algo incierto empiezas a estrujarte las neuronas. Pero esto es una carrera, ya que quizás la incertidumbre no esté acechando y te afecte verdaderamente. El tiempo ha de ser considerado cuando se considera el azar, una combinación que te amenaza y a la vez te ayuda a progresar, porque el cerebro está para sortear las dificultades de la vida, ya que si no fuese necesario seríamos aún amebas o reptiles con instintos básicos.

Para el caso de la VIDA el autor considera que los seres vivos son parte del universo que luchan por mantenerse ajenos al azar que lo engloba todo. Luchan, porque tarde o temprano, con buen o mal resultado, ha de enfrentarse a la incertidumbre intercambiando energía, materia e información para salir indemne. Es como un juego de la termodinámica, donde para seguir vivo es necesario algo de complejidad y anticipación de lo que puede acontecer. Pero esto guarda una equivalencia con la acción que se puede realizar y el nivel de incertidumbre con el que tienes que enfrentarte. Pero claro, una cosa es adaptación y otra adaptabilidad; la primera ayuda mucho cuando la incertidumbre no aprieta y las cosas se vuelven calmas pero la segunda es mejor cuando hay un revoltijo de cuidado y la selección natural empieza a relamerse. Y de ahí pasamos a la evolución en la que si el ser vivo sobrevive ha aprendido y mejorado a luchar contra cierto tipo de azar. Existen dos clases de evolución: la natural, que favorece al seleccionado y la artificial, que favorece al seleccionador. ¿Qué raro? ¿No es esto último lo que estamos haciendo como especie desde hace unos siglos? La evolución certifica el avance y el intento de ganar independencia con la incertidumbre se conoce como progreso. El control del azar es la mayor meta, aunque sea una entelequia el control total, más bien es el momento de hacer pruebas para poder resistir futuras embestidas, por lo que se hace útil la interacción (simbiótica o parásita) y al contrastar nuestra pericia o cualidades se hacen relevantes los conceptos de forma (una profunda propiedad superficial) y función (el valor por superar cierta selección). Tras estas revelaciones se ve evidente que algo con forma y función puede servir para ciertos aspectos y no para otros. ¿Pero qué hace ver para qué puede servir? Los estímulos, que provocan funciones a pesar de las leyes de conservación de la física que piden que se haga poquito (o la menor entropía). Los estímulos fueron grabados a fuego por la selección natural que nos hacen obviar las trabas de la física para obligarnos a hacer algo, ya que de no hacerlo podríamos dejar de existir.

Centrándose en el CONOCIMIENTO aclara Jorge que se puede definir como una representación necesariamente finita de una complejidad presuntamente infinita. El pánico por el azar nos hace buscar patrones y predicciones para sobrevivir, aunque nuestros cerebros no estén hechos para comprender todo, pero pueden reducirse datos para crearse una representación más o menos fiel. Tenemos el lenguaje que es de ayuda total, la creación de objetos útiles y trabajar con este par de cosas y la formación de modelos para predecir nos lleva al origen de la ciencia, que por definición ha de ser lo más objetivo, inteligible y dialéctico posible. Los tres entonces se erigen en pilares del método científico, la mejor arma de la ciencia hasta ahora. Porque una vez comprendido un suceso podemos anticipar la carga de azar, de crear teorías complejas y reducir parámetros, de simular con los modelos comportamientos reales, hacerse un resistente barco en las olas del azar. Pero no sólo la ciencia es una fuente de conocimiento, también está el arte, donde infinita información se plasma en algo finito que puede captarse en toda su infinitud, algo rebuscado pero totalmente cierto. Y como tercer punto de conocimiento es la revelación, donde con una representación finita se pretende ver algo infinito. Ésta no es de cambio frecuente, es la base de las creencias y la religión, por lo que apenas contrasta con la realidad; no avanza, al contrario que las dos anteriores (aunque el avance en el arte no es algo obligatorio, pero lo hace). Porque ciencia, arte y revelación forman una amalgama en todos nosotros y la manera de ver el mundo que nos rodea. Es algo connatural y depende de nosotros a cuál de las tres darle más peso. El conocimiento se obtiene por estas tres y como herramientas usamos más que otras una de ellas.

El último sector, CIVILIZACIÓN requiere en principio de una identificación colectiva de los miembros que quieren formar parte y una norma primigenea es la ética a reinar, definida acertadamente por Wagensberg como la estética del comportamiento. La cultura es el motor de la civilización y todos los impedimentos serán revulsivos para el avance, que puede ser de muchas maneras aunque es un requisito que haya como mínimo dos personas con algo en común. A veces, como último recurso, el avance podría hacerse tirando de tradición. Para enfrentarse a la incertidumbre no hay nada mejor que estar preparado y un buen entrenamiento lo provee el conversar, ya sea con la naturaleza (definido como experimento) o con uno mismo (conocido como reflexión). Ambos pueden y deben coexistir y no usar de ellos lleva irremisiblemente a la conservación. El autor define el museo como la realidad concentrada. Hace un buen análisis, ya que ha basado parte de su vida en fomentarlos para difundir el conocimiento, dar los estímulos necesarios. El concepto de verdad cambia radicalmente (en ciencia es la compatibilidad de la sencillez de la representación con la complejidad de lo representado) y define la parte de realidad no sustituida por conocimiento al estilo de mapas y moldes. Y finalmente, para que una civilización sea estable es imprescindible tener convivencia, donde cada uno es libre de pensar sus límites y ser feliz (siempre que el futuro sea incierto), rodeados de verdades, mentiras, utopías, fronteras, amor, grandes personajes, vida cotidiana, inventivas, religiones, naciones, avances, brindis, etc.

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Publicado originalmente el  10-06-2010

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