domingo, 9 de octubre de 2011

La Restauración: Cánovas del Castillo

En este segundo capítulo dedicado a la Restauración alfonsina es necesario analizar la figura del malagueño Antonio Cánovas del Castillo, el principal impulsor del cambio de la forma de gobierno en la España de la época y el establecimiento de un régimen que se mantendrá con sus puntos buenos y malos hasta bien entrado el siglo XX. Cánovas es un personaje ambiguo y se le puede analizar desde varias perspectivas. En general sospecho que tenía más defectos que virtudes, aunque no andaba para nada escaso de este segundo adjetivo. Incluso en su época ya fue duramente criticado en el plano humano, literario y político por el mismo Clarín, por lo que se advierte que ya era una figura controvertida en la época. Murió asesinado en 1897 mientras ejercía la Presidencia, dando comienzo a una era de magnicidios durante la época de Alfonso XIII (creo que el primer Presidente del Consejo asesinado fue Prim en 1870 y el último Carrero Blanco en 1973, pasando por Canalejas en 1912 y Dato en 1921). Evidentemente este hecho provocó la creación de obras a su favor y durante la dictadura de Primo de Rivera se intentó hacer un estudio pormenorizado de su vida y obra política para entender el vínculo entre sus pensamientos y la vida política de la época alfonsina. Se le considera el defensor por excelencia del alfonsismo durante el Sexenio Democrático y su poder aglutinador de conservadores borbónicos y moderados isabelinos en la causa común monárquica. También se le destacó su énfasis en mantenerse al margen de los dictados de la Iglesia y en evitar el surgimiento del militarismo, como tantas veces había pasado durante el siglo XIX. Otro aspecto que fue analizado concienzudamente en el año de 1928 en un intento de desacreditar la dictadura fue la política canovista iniciada en 1890 de proteccionismo ante lo económico e intervencionista en el plano social. Finalmente, como reseña, hay que tener en cuenta que a partir de 1950 se han estudiado los aspectos positivos de Cánovas, además de sus intentos de regeneración en un ambiente donde dominaba la oligarquía y los caciques regionales, poniendo de relieve los límites y defectos provocados por el propio Cánovas. Estos defectos son el antisocialismo, la predominancia del derecho de propiedad, la oposión al sufragio universal y la aceptación de la corrupción electoral.

Sagasta y Silvela (aunque éste ya durante la Regencia) tienen que ser también considerados como grandes eminencias políticas de la época y que su manera de actuar y pensar tuvieron repercusión en el régimen de la Restauración. Junto a Cánovas gozaron de una gran personalidad política. Como puntos positivos entonces de este trascendental personaje (ya dije que no todo era malo en él) se pueden citar su fervor reconciliador a pesar de la mayoría tradicionalista española, sus ideas liberales y la tolerancia tanto religiosa como de enseñanza, ya que las acusaciones hechas sobre él en relación a la persecución de los profesores krausistas parecen infundadas. A pesar de su fuerte carácter no democrático siempre tuvo en mente la consolidación de un régimen liberal, integrador y civilista; o sea, totalmente opuesto a lo que ocurrió durante el reinado de Isabel II con el Partido Moderado. En su afán integrador convence de la viabilidad del proyecto a la derecha católica (a través de Alejandro Pidal y Mon, no sé si Presidente del Consejo durante la época isabelina) como de la izquierda republicana posibilista (con su gran amigo Castelar, que fue Presidente de la República). Estas alianzas reforzaron el civilismo y dejaron aparcado el militarismo como nunca antes se había visto en España hasta la época. También se puede comprobar una actitud realmente conciliadora con las cuestiones forales. Muchos autores apuntan en que su política aislacionista del ámbito internacional se debió principalmente al ambiente europeo imperante y la necesidad de una lenta y profunda recuperación interior.

Por mucho que últimamente se le alabe por su pasión por el parlamentarismo decimonónico hay que decir sin miedo que no quiso o no pudo cambiar los pilares básicos de la distribución del poder que se habían dado durante el siglo XIX en España. Por tanto, los puntos acertados (liberalismo y civilismo) y los errados (corrupción y caciques) han de verse obligatoriamente englobados en las limitaciones naturales de la democracia y el parlamentarismo de la España de finales del XIX, que junto al resto de potencias europeas estaba comenzando el lento proceso de cambiar el sistema liberal por el democrático. Por tanto, no es muy razonado darnos golpes en el pecho por ser lastrados por una maldición sobre el país cuando el resto de potencias, más rápido o más lento, estaban haciendo lo mismo. Pero claro, en nuestra tierra abundan quijotes y adalides.

Además de político, Cánovas del Castillo fue también historiador y muchos han querido ver que la segunda influía notablemente en la primera. Siempre había estudiado la época imperial de los Habsburgo y en especial el siglo XVII, de ahí su talante realista y pesimista a la vez. Creía necesario comprender la historia para continuar de una manera aceptable y avanzar hacia un futuro. Es obligatorio decir que el proyecto político de la Restauración también afectó su tarea historiadora, ya que se le pueden detectar varios puntos de vista a lo largo del tiempo: de una concepción romántica y crítica con la Corona, hasta el ensalzado de figuras como el conde-duque de Olivares, pasando por la defensa de la legitimidad dinástica durante el Sexenio. En el primer punto (aldededor de 1854) su afán historiográfico señala una continuidad de la historia de España, comprender el pasado ayuda a entender el presente. En 1869, con las ideas enfocadas a la legitimación, entrevé que en España es necesaria la continuidad y una larga estabilidad, ya que tras la revolución de La Gloriosa de 1868 la política no estaba aún muy calma como para prever la durabilidad de las propuestas. Ya en 1888 con su obra del valido de Felipe IV intenta analizar la labor del hombre de Estado que reflexiona y se preocupa de los problemas que atenazan a su época, intentando conciliar el pasado con las necesidades de arbitraje que la sociedad contemporánea le reclama (quizás incluso el presidente Cánovas se viese identificado con el mismo valido). Por consiguiente, se puede ver un vínculo y un parecido entre su faceta historiadora y la política, yendo de la mano y complementándose una a la otra, afectándose mutuamente desde la revolución de 1854 en la que el Partido Pregresista llegó al poder y dos años después fue desbancado por la Unión Liberal desgajada del Partido Moderado, creando en él una deseada continuidad hasta la consolidación de la Restauración.

Su punto clave, al igual que el de la Restauración, fue la redacción programática que fue el Manifiesto de Sandhurst, publicado el 1 de diciembre de 1874 en respuesta a las felicitaciones de cumpleaños del joven pretendiente Alfonso de Borbón, que estaba en Inglaterra estudiando en dicha escuela militar y aprendiendo de las costumbres parlamentarias británicas. Alfonso contaba con 17 años, por lo que es seguro que la redacción (o al menos, las ideas fundamentales) fue obra de Cánovas. Aceptado el Manifiesto por el resto de alfonsinos y usado como propaganda a su causa, pronto se convertirá (casi un mes después, el 29 de diciembre) en el ideal del movimiento, debido a su brevedad y concisión. El Manifiesto se basaba en unos puntos sencillos que encerraban una impresionante cantidad de conceptos e intenciones. En primer lugar advertía sobre la legitimidad de la causa alfonsina por los desbarajustes que imperaban ya en gran manera en la República (aunque ya en el reinado de Amadeo I empezaron a ser evidentes). Un segundo punto a tratar es el ideal de conciliación necesario para el buen funcionamiento político y jurídico; buscar posiciones comunes, englobar distintas corrientes políticas, no pensar en la discriminación de ideas, convivencia con estabilidad, evitar los pronunciamientos militares, etc. El tercer aspecto se centra en la necesidad de que el Rey y las Cortes compartan la soberanía para evitar las tendencias absolutistas del primero y darle al pueblo (o a sus representantes) la capacidad de decisión legislativa mientras que el monarca vela por el buen funcionamiento de las estructuras. El último punto, que a la larga fue el más discutido, fue la búsqueda de tolerancia religiosa y reconciliar al catolicismo con el liberalismo.

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Publicado originalmente el  18-06-2010

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