lunes, 10 de octubre de 2011

La Restauración: turno de partidos

Ya encauzados en la quinta entrega hay que centrar el estudio en la consolidación de la Restauración provocada por el cambio de partido en el poder, aun con diferentes puntos de vista pero con objetivo común: la consolidación del régimen civilista que repudiase todo tipo de pronunciamiento. Tras el periodo anterior, gobernado por el Partido Liberal-Conservador con los presidentes Cánovas del Castillo, Joaquín Jovellar y Martínez Campos, le tocará el turno al Partido Liberal-Fusionista, que orbitaba sobre Práxedes Mateo Sagasta (Presidente del Consejo en 1871 con el rey Amadeo I y en 1874 con el presidente Serrano). El Partido Conservador se había ido forjando ya desde el Sexenio Revolucionario al apostar por la causa alfonsina. Configurado inicialmente por una mayoría moderada inmovilista (la derecha del partido) y una facción conservadora monárquica (los canovistas) que consiguió todos sus propósitos de libertad de culto y concepciones constitucionalistas. Adheridos al partido estaba una escisión del partido constitucional (la izquierda) que apoyó al canovismo por su aceptación de la nueva Constitución. El Partido Constitucional, creado en la época amadeísta, estaba prácticamente desgajado por la adhesión de su sector derechista, liderado por Alonso Martínez, al proyecto canovista (que será la izquierda del partido conservador) y el sector izquierdista, liderado por Ruiz Zorrilla, que tenían ciertas inclinaciones republicanas y apoyaban ciegamente la Constitución Monárquica de 1869. El centro del partido, abanderado por Sagasta, había basculado entre las opiniones de Ruiz Zorrilla y las de Alonso Martínez durante el periodo 1876-1878. Debido a las tensiones originadas por la paz de Zanjón, el desgaste del propio partido en el poder y la presencia de Martínez Campos en la península hicieron propicia la consolidación del Partido Liberal, uniéndose al hecho de que no se podía prolongar la legislatura a un cuarto año. Sin embargo, la presidencia de Martínez Campos prolonga la permanencia del partido un año más, tal y como pasó con la presidencia de Jovellar. A pesar de las políticas reformistas de Martínez Campos (con atisbos de contención, transición y solución de la crisis), la permanencia en el poder y en la burocracia de los canovistas hará que aparezcan divisiones dentro del partido (sobre todo de personal militar) llegando al punto álgido en el enfrentamiento parlamentario de Martínez Campos y Cánovas del Castillo sobre el pronunciamiento del primero y las políticas civilistas del segundo.

La división entonces hace que a partir de mayo de 1880 los seguidores de Martínez Campos fomenten la unión con los constitucionales de Sagasta (que había desechado las aspiraciones republicanas por un pleno desarrollo de la nueva Constitución) y la opción de centro de Alonso Martínez. Según Cánovas, esta heterogeneidad era un punto negativo para que alcanzaran el poder, pero en realidad esta fusión era lo suficientemente flexible para que militares y civilistas integrantes del partido apoyasen la Constitución de 1876 y repudiasen cualquier atisbo revolucionario desestabilizador. Este nuevo partido presionó al Rey para que encargase a los liberales la formación de un nuevo gobierno en detrimento de Cánovas. Alfonso XII, preocupado por el encasillamiento del partido conservador y animado por la consolidación del régimen al cambiar de partido, ejerce su poder moderador y nombra Presidente a Sagasta. Este cambio pacífico de partido, aun controlado y consentido por los grandes personajes políticos, da por finiquitada la transición política, eliminando el exclusivismo y con miras a desarrollar los preceptos básicos constitucionales esbozados (o mutilados) por el anterior partido. Fiel a los principios liberales Sagasta fomentará las tiradas de ejemplares de prensa de orientación canovista y sagastina (o sea, relajando pero no erradicando las restricciones a la prensa y permitiendo también manifestaciones ajenas a ambas posiciones políticas) para hacer partícipe a la sociedad española de lo que ocurría en la esfera política. Por tanto, en enero-febrero de 1881 el Partido Liberal consigue la mayoría electoral y para no desestabilizar la transición da la mayoría de cargos a la derecha de su partido (los centristas de Alonso Martínez) a pesar de que no son muchos. Gracias a la heterogeneidad existente el programa liberal cambiará de un punto de vista a otro (aun a riesgo de parecer un proceder errático) para intentar conseguir representar a todas sus facciones, dejando entonces sin excusas y quejas que hacer al sector republicano, haciendo que Moret deje el proyecto republicano y funde el Partido Monárquico Democrático. También esta pérdida de objetivos de la facción republicana crea distensiones entre sus miembros, ya que unos empiezan a apoyar una revuelta armada y otros un pronunciamiento militar. Las tesis de Zorrilla son abandonadas a favor del golpe militar, lo que provoca que varios políticos de la talla de Montero Ríos y Canalejas abandonen las tesis republicanas. El conato de pronunciamiento militar fracasa, desacreditando a la Unión Republicana, que prácticamente firma su sentencia de muerte y el aislamiento de Ruíz Zorrilla. Tras este descalabro, el antiguo presidente Salmerón se une a Muro y Azcárate para crear un nuevo partido republicano basado en procedimientos políticos y que rechace cualquier imposición por las armas. Estos conflictos del sector republicano fortalecen en gran medida a la monarquía, pero empiezan a debilitar al Partido Liberal, puesto que la fundación de los nuevos partidos (como el de Moret y su incorporación a la recién fundada Izquierda Dinástica de Montero Ríos y Martos en 1882) de corte liberal hacen que ya no sea la única opción de los electores liberales. Además de estas presiones al partido de Sagasta, dentro del partido empiezan a originarse dos facciones: una de demócratas y de izquierda que proclaman la soberanía nacional y otra de centristas y de derechas que defienden la soberanía compartida.

La existencia entonces de varios partidos liberales y los enfrentamientos internos hacen que en enero de 1883 Sagasta se vea obligado a formar un nuevo gobierno que primase a la izquierda de su partido en detrimento de la facción derechista. Pero pronto empezaron a aparecer inestabilidades, debido al amplio abanico que englobaba la izquierda del Partido Liberal. Sagasta mantuvo el poder gracias a que las personalidades de Izquierda Dinástica se enfrentaban entre sí para dirimir quién conseguía el liderazgo. Sin embargo, el pronunciamiento militar de Badajoz alentado por Zorrilla y por militares republicanos (que a pesar de haber sido una tentativa de escasa repercusión obligó a dimitir al Ministro de la Guerra por el desconocimiento de los preparativos y la torpe reacción) y ciertos descuidos de planificación del papel de la Corona (un intento de asesinato del Rey en 1879 por una mala política de vigilancia que había torpedeado la actitud del Ministerio de Estado y sumado entonces con el garrafal fallo de permitir la reciente visita de Alfonso XII a una zona alemana reclamada por Francia para ver maniobras militares y recibir una condecoración y la consecuente ruptura de relaciones con Francia tras recibir el monarca abucheos tras pisar suelo francés) hicieron que en vez de reequilibrar de nuevo el gabinete, el partido Izquierda Dinástica presionase por alcanzar el poder con el respaldo del Partido Conservador. Esto permitió que se designara como Presidente a José Posada Herrera, consolidando entonces a la Izquierda Dinástica. Esta jugada redunda en favor del Partido Conservador, que critica la debilidad del partido de Sagasta y su falta de autoridad a la hora de poner orden en Andalucía, que llevaba tiempo siendo foco de disturbios originados por los atentados de La Mano Negra, por la quema de cosechas por parte de campesinos descontentos y la proliferación de núcleos cantonalistas andaluces. El gobierno de Posada Herrera fue corto y terminó por inestabilidades, pero durante su mandato España se vio inundada de múltiples leyes reformistas de las cuales gran número no pudieron aplicarse por el posterior cambio de gobierno. El gabinete estuvo formado por una impresionante selección de grandes políticos, como Moret, Sardoal y López Domínguez, todo ello vigilado de cerca y orquestado por Martos. Alfonso XII, en su afán conciliador, se pronunció por un aguante estoico del agravio y el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Francia; se plantearon reformas territoriales encaminadas a un nuevo criterio regionalizador; se estudiaron políticas sociales; se propuso una ley general de Instrucción Pública, se inició una reforma del Código Penal y leyes de enjuiciamiento (promoviendo la resolución dialéctica de ciertos conflictos en vez de recurrir a la justicia y la preponderancia de la Guardia Civil para el mantenimiento del orden); se realizaron reformas militares y se implantó el servicio militar obligatorio; se nivelaron los presupuestos y se reformó la fiscalidad, y finalmente se suprimieron los castigos de cepos y grilletes en Cuba al haber sido abolida la esclavitud.

Sagasta, al ocupar mientras la Presidencia del Congreso y saber que tenía la mayoría de diputados de su partido (puesto que la Izquierda Dinástica llegó al poder sin haber disuelto las Cortes) apoyó hasta cierto grado las reformas y el gobierno de izquierdas. En cambio, evitó que pudieran plantear la ley de sufragio universal masculino (que no se daría hasta 1890 por las reticencias de Cánovas de englobar en el juego político a todas las clases y su miedo que esta ley dejase muy en evidencia los procesos caciquiles existentes en la época) ni la reforma de la Constitución de 1876. Sagasta se gana de nuevo las simpatías de Cánovas cuando en el debate del mensaje a la nación se define como un defensor de la soberanía compartida. Además, manifiesta la aceptación de la monarquía y su apoyo a la legalidad vigente como marco común y necesario para un desarrollo pacífico de la vida política. De esta manera intenta alejar del panorama político a la Izquierda Dinástica, volviendo a consolidar entonces a su Partido Liberal y a asentar definitivamente el régimen político del momento. Además, la aceptación del sufragio masculino restringido y la doctrina de la soberanía compartida entre el Rey y las Cortes dan el golpe de gracia a las ideas de los antiguos partidos Constitucional y Progresista de la monarquía de Amadeo I fundamentada en la Constitución de 1869.

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Publicado originalmente el  09-08-2010

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