martes, 11 de octubre de 2011

Cuando la Naturaleza ruge

Cada día llevamos a cabo una actividad que por la costumbre se vuelve anodina. Discutimos los sueldos, la inflación, las vacaciones, la política, etc. pero siempre de tal modo que ignoramos conscientemente que casi todo es de manera transitoria y efímera. Cuando el planeta Tierra se mueve un poco, todo lo anterior se va al garete e intentamos sobrevivir y escapar a la amenaza, incluso llegando a dejar los principios que pocas horas antes defendíamos con ardor. El problema es que el ser humano, al saber que es la especie dominante, se cree también que es el núcleo de la creación (en íntima relación con la filosofía cristiana medieval) y que gracias a la tecnología que desarrolla está a salvo y pervivirá por siempre jamás. Esto es verdad hasta que ocurre un terremoto, un maremoto, un huracán, lluvias impresionantes, sequías abrasadoras, fenómenos solares y actividad celeste. Al ser tan compleja la tecnología se vuelve muy dependiente de cada una de sus partes y se fragiliza, como si fuese un ser vivo. Quizás ignoramos esto adrere, porque si no la locura y la anarquía serían el tópico general.

Y la fuerte dependencia al entorno natural a la sociedad avanzada puede resumirse a lo que ha ocurrido en marzo a Japón. Este Imperio se localiza en un archipiélago del Pacífico, justo sobre una zona de subducción, en la que dos placas tectónicas se encuentran y una engulle a la otra, provocando la creación de islas montañosas con cantidad de terremotos y volcanes. Japón sólo tiene una ínfima parte de su territorio como zona habitable y cultivable; su población es tan numerosa que se ven obligados a permanecer un tercio de japoneses fuera de su país, de tal manera que cuando regresan a casa otro tercio sale (viajes, estudios, turismos, intercambios). Su historia particular y florida ha creado una de las civilizaciones más peculiares del mundo por su combinación de alta tecnología y tradición milenaria y su gusto de expresión esperpéntico freak como manera de oponerse a su propia manera de ser ordenada y sumisa en la que la producción capitalista y la transformación de la materia prima que adquiere es su razón de ser. A pesar de ser una zona de terremotos contínuos, y por tanto con una gran inversión en arquitectura que minimicen los daños, el terremoto de este año fue devastador. El nivel de 8,9 de la escala de Richter (que no tiene tope, al contrario de la creencia popular que el máximo es 10) provocó grandes daños. Si bien la preparación de la gente es ejemplar y los edificios resistieron gran parte del daño infligido, las víctimas fueron elevándose a cada minuto. Quizás hubiese sido una triste nota en los periódicos que se olvidaría a la semana si no fuese porque el epicentro se dio en pleno mar, provocando un tsunami de proporciones dantescas que hizo incluso más daño que el terremoto en sí. Aun sabiendo que iba a pasar todo esto con un minuto de adelanto, nada se pudo hacer. Las olas destruyeron los edificios ya maltrechos y anegaron kilómetros de costa, acabando con un número impresionante de víctimas.

Si bien esto de por sí es desgarrador, la prensa occidental al poco rato se relamió los labios para sacar jugosa tacada. El terremoto y el tsunami fueron muy localizados y destruyeron las ciudades que quedaron en su radio de acción más virulento, pero el resto del país quedó incólume. Pero esto no era del agrado de la prensa, por lo que declaró que de norte a sur de Japón la destrucción era palpable y evidente. La histeria cundió de tal modo que muchos occidentales saturaron las líneas de Internet y de teléfono para contactar con sus familiares que estaban allí. Cuando respondían decían que por su zona la vida era normal, algún apagón de luz o escasez de cierto producto en los supermercados, pero la vida seguía igual tras sentir el terremoto: bares y cines abiertos y gente paseando por las calles. Normal, porque habitaban zonas no afectadas. Pero la prensa no quiso borrar una bonita historia por culpa de la verdad, así que intentaron silenciar o manipular a estos reporteros improvisados y cuando decían que no veían histeria en su ciudad los tachaban de obcecados y estúpidos. Esto es lo que pasa cuando el periodismo se dedica a inventar historias que vendan y no a informar la verdad.

Pero como es evidente, esto no acabó aquí. Aunque muy minuciosos y trabajadores, siempre hay alguien que es un caradura y quiere aprovecharse. Pero no se le ocurrió otra manera a estos facinerosos que timar en la construcción de una central nuclear. Fukushima no sólo tuvo que soportar un impresionante terremoto y los efectos colaterales del maremoto, sino negligencias de la empresa encargada de construir los reactores y vigilar el mantenimiento. Sabiendo el riesgo sísmico de Japón a nadie aún se le ocurrió que por muchas protecciones es mejor localizar tus centrales en zona segura y llevar la energía a tu país si el mundo fuese realmente un planeta globalizado y no un sucedáneo de colonización estadounidense. La prensa ahora tenía por dónde hurgar y las organizaciones antinucleares se frotaron las manos y pidieron que se suprimieran esta fuente de energía (sin considerar el aporte energético que dan del total, sin tener en cuenta que no es sólo apagar un botón y decir adiós, sin querer abandonar el tren de vida actual, sin cavilar si hay que volver a los combustibles fósiles o si hay que depender de unas energías renovables hoy en día poco rentables). Los Gobiernos occidentales, en un arranque de populismo pusieron a revisar sus centrales y a entrever cuándo cerrarlas, sin considerar si estaban o no en zonas de riesgo sísmico y de tsunamis. Pánico al estilo de marabunta, sí señores. Los periódicos y las televisiones olvidaron pronto las muertes causadas por el terremoto y el tsunami y los costes de reparación y se dedicaron a analizar hasta el último punto del "nuevo Chernóbil". Quizás nunca llegue a ese punto, pero es un titular impactante. Las fisuras de las campanas de contención de los reactores amenazaban un escape de radiación, pero por orgullo los japoneses se negaron a que las campanas se fundiesen por el calor y atrapasen en su estructura el material nuclear. Si hubieran hecho esto habrían perdido miles de millones en inversiones, pero habrían salvado a una zona importante de Japón y a varios kilómetros de mar de recibir altas dosis de radiación, cuyos efectos aún no se van a comprender. Los diseños de los reactores nucleares contemplan estas posibilidades catastróficas y tienen un mecanismo natural de autodestrucción, pero el orgullo japones ante los gaijin (no-japoneses) incultos quisieron mostrar que podían manejar todo el problema. Soltaron nubes radiactivas, usaron agua de mar para refrigerar los reactores y la devolvieron al océano, tiraron agua dese helicópteros y camiones de bomberos en un intento de tapar un brazo roto mediante tiritas. Lanzaron a decenas de obreros a la muerte segura para que intentasen reparar las fisuras y los incendios. ¿Todo para qué? ¿Por orgullo? ¿Y qué queda del orgullo y dignidad de las familias de poblaciones cercanas que van a ser desalojadas o recibir radiaciones que les provoquen cáncer? ¿Y la salud de la flora y fauna oceánica que va a sufrir y que afectará a posibles consumidores?

El desastre ha sido tal que hasta el mismo Emperador ha salido en público (cosa extraña, ya que hasta hace menos de medio siglo nunca habían hablado a la población, puesto que siempre gozaron de atribuciones simbólicas y cargos en ceremonias religiosas) para tranquilizar a la población y pedir disculpas y comentar que todos los japoneses (incluido él) tendrán que comenzar tiempos de austeridad. El Primer Ministro también ha prometido que dejará de gozar de su sueldo hasta que todo esto termine. La empresa responsable ya pidió perdón y asumirá los costes totales, aunque es demasiado tarde para rectificar, puesto que la tragedia ya tuvo lugar. Los reactores están contenidos de nuevo, aunque se dan periódicamente algún que otro escape o un fallo en la conexión de la red eléctrica urbana. Las réplicas de los terremotos agravan al situación y creo que tardarán varios meses hasta aplacar todo indicio de peligro. La reconstrucción de las zonas devastadas por los fenómenos naturales está comenzando, pero el gasto y el tiempo tienden a valores obscenos. Esto nos hace reflexionar que no somos nada en comparación con la Tierra y que con un leve soplido todo nuestro bienestar se esfuma, pero también nos enseña a ser responsables con las cosas que implican responsabilidad y que si nos caemos podemos volver a levantarnos, aunque no le parezca muy poético a los periodistas. Y, como colofón, es necesario hacerse una reflexión en la que abarque qué medios de producción de energía debería utilizar el ser humano, equilibrando rendimiento, renovabilidad, disponibilidad y coste. Con estos cuatro puntos hay para rato y no para saltar al calor de los acontecimientos con cosas que no llegan a satisfacer estos cuatro puntos.

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Publicado originalmente el  19-05-2011

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