lunes, 10 de octubre de 2011

Por la Democracia y el Rey

Para llamar la atención no hay nada mejor que un título llamativo y rimbombante. Hace tiempo que quería escribir sobre un tema que ha levantado mucho polvo y que tarde o temprano tendrá relevancia en la sociedad española. No hablo de otra cosa que la sucesión en la Corona. Hace un par de meses Juan Carlos I fue operado de un tumor benigno en uno de sus pulmones. La operación fue anunciada de un día para otro y sin antelación, por lo que todo el mundo sospechó que la gravedad era mayor de lo que al principio suponía dar una noticia tan rápidamente y sin aviso. En ese momento la mayoría de los medios de comunicación empezaron a hacer cábalas sobre cuándo comenzaría el reinado de Felipe VI, o si iba a comenzar. Se inició una revisión de los actos del Príncipe para ver si estaba preparado y los sondeos en la población abundaron para sacar algo en claro. Debido a la repentina noticia la mitad de la población empezó a hacerse preguntas sobre la sucesión, porque es inevitable, todos los humanos hemos de morir y España ha de renovar la Jefatura del Estado. Doy por sentado que este país no tiene una arraigada tradición monárquica (al menos desde la dictadura de Primo de Rivera iniciada en 1923), sino que tiene ahora un pragmatismo a la hora de decidir sobre la forma de gobierno. Es decir, en la Transición casi todos los españoles daron por sentado que era necesaria la figura del Rey para un paso de la dictadura a la democracia evitando otra nueva guerra. Las antiguas Cortes franquistas lo vieron como una continuación del legado de Franco, mientras que PSOE y PCE aceptaron la monarquía en un intento reconciliador y como único instrumento posible para llegar a un Estado de Derecho. Sin embargo, ya en el siglo XXI y ante la situación que vive España, al príncipe Felipe no le recae la responsabilidad de transformar radicalmente España ni los buenos augurios del espectro político, por lo que muchos españoles preguntarán si va siendo propicia la vuelta de la República. Hay que sumar que el papel desempeñado por Juan Carlos I ha sido muy valorado a lo largo de estas décadas, así como su actitud afable. Todo esto ha hecho crear el movimiento denominado juancarlismo, por lo que sus acciones y popularidad caen sobre él y no sobre la institución de la Corona, lo que conlleva a cuestiones sobre si el Príncipe ha de ganar el puesto de nuevo teniendo que convencer en cosas que se daban por sentadas creando un clima de inestabilidad política, o si en cambio puede dejarse caer en el cargo de Rey con cierta holgura y manejarse con libertad para que la vida política y democrática no resienta el cambio, ganándose el puesto de una manera más sencilla. Por todo esto la sucesión a la Corona de España va a tener más quebraderos de cabeza que por ejemplo la sucesión en Reino Unido.

Según encuestas de hace dos años el 80% de la población tenía como institución más valorada a la Corona, sin contar sus ideas políticas. En cambio, otra encuesta preguntaba sobre la preferencia de su forma de gobierno: el 69% indicaban que Monarquía, el 22% prefería República y el 9% no sabía o no contestaba. Estos datos entonces hay que mirarlos desde varios puntos de vista (a pesar de que el mío está viciado y que cada instituto de estadística tendría resultados algo diferentes). Al no haber monárquicos puros la mayoría de ese 69% se debe a la facción juancarlista, lo que quiere decir que apunta a una continuación de la Corona porque ya que está y funciona para qué cambiar, es decir, indiferencia y no convencimiento. Por el otro lado ese 80% de popularidad incluye con alta seguridad a republicanos que aceptan al Rey por su labor para con la democracia. Entonces hay que hablar de un movimiento poco anunciado y publicitado a la largo de los siglos XIX y XX españoles que no son otros que los posibilistas. Defino así al conjunto de gente que profesan ciertas ideas políticas pero que a la hora de la verdad valora más la democracia que a sus ideales, por lo que están dispuestos a sacrificarlos o aparcarlos a cambio de que la democracia funcione. Como ejemplos debería citar (perdonadme si me equivoco o fallo mucho, pero en ambos casos hay multitud de indicios que podrían atestiguarlo) a un republicano posibilista como fue Emilio Castelar (antiguo Presidente que deseaba el liberalismo en España) y como a monárquico posibilista a Niceto Alcalá-Zamora (ya que abandonó su partido dinástico y entró en grupos republicanos en pos de conseguir una España democrática). Con estos dos referentes y apoyado por el baile de porcentajes digo que deben existir en España millones de personas de índole posibilista, que decidan aceptar el régimen que sea con tal que triunfe la democracia, sin importar si monarquía o república. Actualmente hay muchos posibilistas republicanos, aunque poco a poco van disminuyendo, pero si realmente apoyan a la democracia ante todo y Felipe VI logra mantenerla quizás sigan apoyando a la Corona. Si, en cambio, no garantiza el juego democrático habrá multitud de monárquicos posibilistas que acepten la llegada de la III República (tal y como pasó tras la abdicación de Amadeo I y la proclamación de la I República). Estos porcentajes van a cambiar a lo largo del tiempo, puesto que las personas no tienen ideas inmovilistas.

Si uno entonces está tan seguro de la cantidad de indecisos existentes y por la presencia de posibilistas, entonces la balanza se declina por los que en una anterior noticial llamé formadores de opinión. Son los tertulianos y los editoriales de prensa, televisión y radio, que con sus soflamas pueden hacer que la gente acepte sin escandalizarse al nuevo Rey o pueden hacer que se salga a la calle con el orgullo herido en busca de la proclamación de una República o un referendum (pero en este caso seguiría habiendo plebiscitos hasta que su opinión coincidiese con los resultados al más puro estilo Artur Mas sobre los referenda de independencia catalana que hay que hacer hasta que salga el SÍ, no importa las veces que salió el NO, ya que a partir de ese SÍ no volverá a preguntarse al pueblo). Mucha gente que sólo piensa en pasarlo bien o los que no pueden involucrarse en la vida política por rigores del trabajo y mantenimiento de la familia pueden ser el caldo de cultivo de demagogos de una u otra ideología. Como dije en ese mismo escrito los integrantes del Gobierno y las Cortes Generales son los que van a tener la última palabra, ya que están hartos de hacer lo que les da la gana sin tener en cuenta al pueblo. Si tienen asegurados sus sillones y prebendas harán una férrea defensa de la monarquía, si ven tambalearse su puesto se convertirán en los más fervientes defensores de un régimen republicano de tal o cual orientación (burguesa o socialista, unitaria o federal, etc.) pero dedicados a hacer causa común hasta que consigan volver a tener seguro el sillón y las prebendas. Una señal de calma de los ministros y el Presidente del Gobierno pueden ratificar al nuevo Rey en su cargo, pero una señal de alarma y desasosiego provoca una respuesta unánime a favor de la III República.

Porque tantas cosas que ando diciendo no son cosa baladí. Quizás no tengan relevancia ahora, o menos que el día de la operación, pero esto tarde o temprano sucederá. Lo que me sigue resultando sospechoso es que tras tanto tiempo el Rey siga sin viajar en avión durante largos trayectos y que el Príncipe esté realizando multitud de actos protocolarios y centrándose en muchos aspectos de la vida para reforzar su imagen de alguien preparado para asumir la Corona. La imposibilidad de viaje de uno y las reiteradas apariciones de otro parece que indican a un posible cambio inminente, de aquí a dos años quizás (sospecho que tras las elecciones de 2012, pero me equivocaré seguramente). La dinastía Borbón siempre ha aquejado ciertas dolencias de tipo oncológico como a Juan III, padre de Juan Carlos I, que murió tras padecer un agónico cáncer de laringe (considero a Juan de Borbón como Rey en el exilio por varias razones, a saber: tuvo que renunciar a sus derechos dinásticos en 1977; fue tratado con honores regios por las otras casas reales y por los políticos de la era republicana como Indalecio Prieto y Gil Robles, nada sospechosos de monárquicos; fue enterrado en el Panteón Real; fuerzas políticas en el exilio como el PSOE barajaron a su persona como símbolo de restauración democrática en España, y por último, que al estar España sumida en una dictadura, mientras no hubiese un giro democrático en su seno la oposición exiliada que propugnase la vuelta a la democracia debía ser candiadata a tener en cuenta y si considerarmos el Gobierno Republicano en el exilio con Martínez Barrios, Jiménez de Asúa y Maldonado González como opción democrática habría que considerar también a Juan III). Esto hay que tenerlo muy en cuenta, ya que un Jefe de Estado viejo y decrépito da una mala imagen al pueblo y al resto del mundo (al estilo de la debacle televisada del papa Juan Pablo II). Ya no puede ser un cargo que se ostente hasta el último segundo (que parece que es lo que el Rey piensa) y que rememore los últimos días del dictador Franco. Cierto que mientras tanto el Príncipe puede presidir la Regencia, pero el Rey seguiría siendo senil y débil. Por eso es necesaria desde mi punto de vista una abdicación del actual Rey, un retiro a tiempo, mientras se goza de facultades y con años para disfrutar del trabajo bien hecho que realizó desde 1975. Un cambio generacional natural con la ayuda y el apoyo del padre para aconsejar y respaldar los primeros años del reinado del hijo, que el pueblo pueda comprobar que está bien acompañado y que le ayudará a centrarse en su papel de Poder Moderador. Sería algo mucho mejor que una tensa espera con el Monarca en una cama de hospital durante meses viendo cómo se le va el hilo vital mientras que las dos Españas resurgen y vuelven a conspirar con tiempo de sobra sobre qué es lo que más le conviene a su parte y más perjudicaría a la otra. La comunidad internacional respaldaría un cambio cuando ambos participantes están en sus plenas facultades y evitaría quizás posibles rencillas o conspiraciones que aparecerían con un lento proceso de muerte y una Regencia insegura. También sospecho, al tener en cuenta todo lo enunciado en este párrafo, que si se da el cambio de titular en la Corona y no por muerte del Rey (sino por abdicación) va a ser anunciado por sorpresa en una reunión urgente de las Cortes Generales que acepten la abdicación, de esta manera podría evitarse un intervalo que provoque la inestabilidad que tanto temo y que pueda llevar a una profunda crisis en España independientemente del régimen que salga victorioso, ya que por desgracia las dos Españas siempre esperan su turno para hacernos daño.

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Publicado originalmente el  26-07-2010

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