lunes, 10 de octubre de 2011

La Restauración: los movimientos sociales

Ya en la octava entrega sobre la era de la Restauración hemos recorrido toda la historia gubernamental del reinado de Alfonso XII con pinceladas culturales y curiosidades. Esta vez vamos a analizar el proceso paralelo al movimiento político descrito, que no es otro que las acciones sociales por parte de las masas obreras, que irán consolidando sus anhelos con protestas más resonantes al paso de los años, logrando sus objetivos de inspiración de las corrientes filosóficas extranjeras que estaban en boga durante la época entre los estratos sociales obreros. La actuación del Partido Liberal de Sagasta había permitido una expansión de las libertades otorgadas por la Constitución de 1876 de tal manera que muchas opiniones (dentro siempre de unos límites) podían ser expresadas, fomentando la reunión y la asociación de personas con ideas semejantes. Estas movilizaciones se plasmarán para enfrentarse a ciertos aspectos políticos injustos o las crisis regionales que afectan a las clases obreras, destacando el foco de protestas que se dio en Andalucía. Un efecto colateral fue el avance de las fábricas de papel, debido a la profusión de periódicos que profesaban una gran variedad de ideales. Sobre todo, el movimiento republicano se ve consolidado y aceptado, pudiendo expresar sus opiniones y dándose la oportunidad que celebrasen los 11 de febrero un homenaje a la República. También tienen mucha repercusión los movimientos liberal-laicista e ideologías opuestas al régimen. En este marco, diferentes posturas republicanas se dan a conocer y chocan entre sí, siendo en un primer momento las ideas de insurrección de Zorrilla las más aplaudidas, aunque finalmente se vio que quedó en un simple conato de sublevación, lo que termina por marginar su postura en pos de otras más posibilistas, dialogantes y conciliadoras. Se permite la creación de la Asociación Republicana Militar, forjada allá por 1880 pero constituída en 1883. Según los estudios históricos se llegaron a 1200 afiliados, repartidos en 22 guarniciones que la mayoría estaban localizadas en capitales de regiones militares, por lo que en un principio se creyó por consiguiente que las ideas de Zorrilla eran factibles en su aplicación. Se comentó ya que en agosto de 1883 tuvieron lugar las insurrecciones, pero se dieron en zonas aisladas entre sí y la descoordinación fue total y fueron rápidamente reprimidas. El descrédito que tuvo Zorrilla hizo que abandonase París y se instalase en Londres para que no arreciaran tanto las críticas. Su fracaso fomentó otras opciones, aunque el movimiento en sí quedó tan mal visto que los apoyos republicanos casi desaparecieron, junto con un desapego de las clases bajas al quedar más convencidos por las nuevas concepciones obreras. Otro aspecto político fueron las reformas fiscales de Camacho de 1882. Las protestas se hicieron fuertes por la creación del reglamento de contribución industrial, sumándose las protestas de barceloneses que veían con malos ojos la política proteccionista que surgía con el tratado comercial con Francia. Madrid no se quedó atrás, pero en el primer caso el descontento puso el germen de una nueva corriente nacionalista que con el tiempo terminaría consolidándose.

Las actuaciones dictatoriales canovistas en los primeros años de la Restauración habían calmado los conflictos sociales que se habían dado durante el Sexenio Democrático. Antes de la redacción de la Constitución y la visión aperturista que da Sagasta, los internacionalistas fueron duramente reprimidos, prohibiéndoles su capacidad de expresión y cerrando los lugares de reunión que tenían. Ya en diciembre de 1883 el Gobierno decide plantear una iniciativa reformista, que queda centrada en el punto de vista informativo en la que se muestra un inicio de preocupación por las condiciones laborales de las clases obreras españolas. Se crean numerosas comisiones con este encargo, lo que da a entender que el Gobierno sagastino tenía en mente de manera inevitable iniciar mejoras en este punto.

Debido a las repercusiones acaecidas en la Comuna, toda Europa inició una condena expresa del internacionalismo en 1871, por lo que la España de Amadeo I no se quedó atrás e inició una política de represión y declaraciones de ilegalidad del movimiento anarquista. Sin embargo, la Federación Regional Española de la AIT no mermó su capacidad de propaganda y activista, fomentando congresos y movilizaciones sindicales, que tuvieron su punto álgido con la proclamación de la I República de Figueras. Con el presidente autoritario Serrano reaparecen las represiones y los anarquistas han de volver a la clandestinidad, disminuyendo la capacidad de organizar congresos y viendo cómo se les cierran sus centros de reunión y periódicos de su misma ideología. Las movilizaciones públicas se ven forzadas a ser clandestinas, se reconstruye la Alianza y se da más fuerza a los sindicatos para que logren expandir sus ideas y sus creencias mediante la aplicación de huelgas. En el Gobierno de Cánovas esto sigue siendo la tónica, por lo que sólo pueden hacer propaganda mediante los hechos sonados y una prédica del nihilismo en sus miembros. La represión con el tiempo provoca la debacle de la FRE, que sufre multitud de bajas de sus militantes y la escasez de federaciones. Durante 1880 se consolidan dos opciones: los que apoyan la lucha sindical y los que claman por la insurrección. Los anarquistas entonces logran un respiro cuando los liberales llegan al poder, por lo que gana peso la opción de la lucha sindical. La derrota de la opción insurreccional se da en el congreso de Barcelona de 1881, permitiéndose la entrada y consolidación de una nueva hornada de líderes. Para septiembre de ese año, y con nuevos aires, se crea la Federación de Trabajadores de la Región Española. El siguiente congreso, en Sevilla en 1882, marca la cumbre del movimiento anarquista con 60000 afiliados, 274 federaciones locales, 757 secciones y una decena de uniones de oficio, donde la mayoría provenían de Cataluña y Andalucía. Pero a causa de las diferentes motivaciones de los integrantes de cada una de las dos regiones indicadas (corriente legalista catalana y corriente activista andaluza) terminan por dar lugar las primeras confrontaciones que reflejan las aspiraciones proletarias industriales de buena organización en Cataluña (a pesar de ser la corriente menos numerosa) y las ideas utópicas radicales de los proletarios andaluces (de mucho mayor número y de sobreexplotación más cruel). La sociedad secreta La Mano Negra acelera la crisis de la FTRE, siendo aprovechada su existencia para una intervención policial desproporcionada y centrada no sólo en deshacer la organización, sino en dar golpes a todas las repercusiones del anarquismo español. Existen muchas recopilaciones de sucesos, de juicios y de condenas de los anarquistas durante el congreso de Valencia de 1883 que atestiguan la magnitud de los hechos realizados por La Mano Negra en Andalucía. Los archivos policiales dan pruebas de un carácter más delictivo que revolucionario de este grupo secreto que promueve la delincuencia, la sacralización de sus ideales, la llamada a un nuevo orden social, el fomento de venganzas y las resoluciones de conflictos familiares por la fuerza. Lo que es curioso es que estos archivos no indican nada sobre los motivos de por qué se constituyó este grupo. No dicen nada de las bases obreras que lo componían, hartos de las pésimas condiciones saliariales y laborales, un paro enorme y crisis de alimentos. Tras un juicio masivo por asesinato en donde se condenaron a muerte a ocho activistas de La Mano Negra (más siete condenados a trabajos forzados) es el inicio de la desarticulación de la banda terrorista y el ataque aprovechado a los anarquistas. La FTRE no condena la decisión judicial en un claro gesto de desvincularse de las acciones violentas, aunque también aprovecharon para criticar al Gobierno por la excesiva represión ejercitada. La falta de alimentos de 1882 se ve compensada al año siguiente en Andalucía por unas buenas cosechas, aunque el alto paro sigue siendo una realidad por la abolición del trabajo a destajo promulgado por el Gobierno. Éste, recurriendo a la represión, también aboga por hacer realidad la libertad de poder trabajar, en un claro guiño de apoyo a los propietarios de las tierras, permitiendo entoces la proclamación de la siega a destajo por parte de los militares. La represión durante todo 1883 y las crisis internas anarquistas provocan una decadencia del movimiento que se hace patente a partir de 1885. En 1888 se disuelve la FTRE, dejando huérfanas a las organizaciones y sindicatos anarquistas. En este año se funda la Unión General de Trabajadores en Barcelona, que da entonces nuevos aires al movimiento, fomentado éste además por la propaganda y por nuevas tendencias insurreccionales y atentados de los años noventa.

Al igual que los anarquistas, el socialismo tiene que vivir clandestinamente durante los primeros gobiernos de Cánovas del Castillo, pudiendo entonces inicar una fructífera vida política y sindical durante el bienio liberal de Sagasta. La fundación del Partido Socialista Obrero Español tiene lugar en 1879, contando con el respaldo de marxistas madrileños integrado por tipógrafos e intelectuales que habían vivido el Sexenio Democrático. Sin embargo, la fundación del PSOE tiene poca repercusión y expansión al tener ideas opuestas al bakuninismo que predica la mayoría de integrantes de la I Internacional. Pero el año 1882 da un espaldarazo a los socialistas. En este año, PSOE y UGT hacen sus congresos prefundacionales en Barcelona en las que se aglutinan (y no de manera automática y sencilla) las posturas marxista-guesdiana de los madrileños y la reformista, posibilista y demócrata de los obreros catalanes. Las tendencias quedan enmarcadas en convivencia en los programas fundacionales de 1882 y 1884. De todas maneras, en Barcelona se recogen numerosas batallas entre socialistas y anarquistas, además de entre marxistas y reformistas. El socialismo entonces queda consolidado por la huelga de tipógrafos de Madrid al darle prestigio a la Asociación General del Arte de Imprimir, siendo una fuente de propaganda y de organización muy respetada por los socialistas de la época. En 1884, los informes orales de las comisiones que valoraban por el bienestar obrero dan a conocer las condiciones de vida de los trabajadores, así como una apuesta segura desde la legalidad para publicitar y extender sus ideas. En estas comisiones prestan sus voces personalidades como Pablo Iglesias, Juan José Morato y Matías Gómez Latorre. Paralelamente a los movimientos socialista y anarquista se pueden encontrar otras corrientes, como la fomentada por Izard en el marco de la asociación textil catalana Las Tres Clases del Vapor. Esta asociación se consolida como una alternativa a las insurrecciones anarquistas, promoviendo un diálogo y un punto de vista diferente al de Madrid para fundar un partido socialista democrático. Estas ideologías consolidaron a la asociación como un movimiento sindical de miras socialistas genuinamente catalán, que con el tiempo se irá basculando más a posiciones reformistas.

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Publicado originalmente el  22-09-2010

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