domingo, 9 de octubre de 2011

La Leyenda del Viajero

Pues bien, creo que hace ya más de un añito que escribí una fábula con barcos y viajeros, y como yo soy el de Emiba pues voy a repetir a ver qué tal, porque no sólo de viajes en el tiempo vive el hombre, sino también de viajes espaciales. Creo que es una historia cerrada así que por eso he tardado un poco en escribirla. Tranquilos, queridos lectores, creo que van a existir más de cinco párrafos, así que espero que os guste.

El mar es enorme a la vez que caprichoso y la misión de mi barco era explorarlo y descubrir hasta la última costa existente, aunque ello conllevase una cantidad de tiempo ingente y la asunción de multitud de peligros. Este viaje, capaz de amedrentar a la mayoría, ha sido la mayor y mejor experiencia de toda la tripulación del barco, que ha considerado que la fría soledad es un precio pequeño en comparación de lo que ha logrado observar, siendo los primeros ojos humanos que se posaron sobre ciertos fenómenos. Sin embargo, mientras el barco circundaba una latitud a la que no había llegado nadie, apareció en el horizonte la silueta de una pequeña y hermosa goleta. Su fragilidad sólo era un espejismo, ya que manteniendo la distancia siguió a nuestro barco por cualquier rincón del océano. Nuestro barco entero sospechó de sus intenciones, he de admitirlo. Nunca habíamos sido seguidos por un barco de esa manera. No nos sentíamos perseguidos, sino acompañados, pero de una manera un tanto extraña, ya que la aproximación era imposible. ¿Alguna antigua maldición? ¿O sólo mediante la observación se llegaría a confiar?

El barco hacía señales, de paz y conviviencia, al principio de manera timorata y después con una confianza y desparpajo que hizo a nuestro barco dudar de su procedencia. No queríamos unirnos en alguna flota, ya que era posible que los avatares de la misión llegasen a entrar en conflicto, o un barco podía poner en peligro a otro por alguna acción que tomase y que fuese inevitable para su supervivencia. Pero la compañía hacía que nuestra tripulación creyese en sí misma, nos sentíamos queridos y con una confianza que nunca habíamos tenido. A pesar de todo seguían existiendo sospechas e inseguridades, aunque poco a poco fueron desapareciendo al ver mediante nuestros catalejos las señales de la goleta, llenas de complicidad y comprensión. Recibir esa atención e interés cuando nunca antes habíamos recibido algo parecido hizo que construyésemos una conexión fuerte y cálida, comunicando todos nuestros percances y atendiendo a los suyos. En algún momento llegamos a creer que formábamos parte de la misma tripulación, pero en dos barcos que de siempre se conocieron. Algunos de nosotros clamaban por un acercamiento sin importar las consecuencias (si éramos avistados por otro barco o si habría problemas en atracar en algún lejano y extranjero puerto), otros se decían portavoces de la razón y temían que tanta conexión pudiese tener efectos negativos, como la pérdida de atención en la misión, la desviación permanente del rumbo o los efectos que produciría una eventual alianza y la posterior y obligatoria separación. No eran capaces de soportar abandonar a una nueva parte de la tripulación si la unión era provechosa.

Sin embargo, las señales de la goleta se hacían una y otra vez más claras, evidentes y repetitivas, que clamaban por un acercamiento y el disfrute del encuentro cara a cara, sin importar los designios del enmarañado y esquivo futuro. En nuestra nave, los debates se convirtieron en más duros y enconados, tanto que nos centrábamos en la decisión mientras dejábamos de comunicarnos con la goleta, entrando en una fase de amedrentamiento y frustración al no saber por qué la escasez de señales. Y es que no sabían que a punto estuvimos de formar un motín a bordo, pero en el último momento los ánimos se calmaron y una reñida votación determinó el encuentro pasara lo que pasase. Nuestros barcos se acercaron y por fin pudimos ver con detalle las caras que habitaban en el otro barco. A causa de los días de debate incomunicación, los miembros de la goleta se mostraban preocupados y sospechaban algo, por lo que no se esperaron o no estuvieron preparados para nuetra repentina afabilidad y el interés de pasar un tiempo de camaradería. Pero este escepticismo duró poco, pronto nos abordaron para fundirnos en abrazos, comer y beber juntos, mientras comentábamos todas las aventuras y percances sufridos por ambas tripulaciones. Fueron unos días llenos de dicha y felicidad, aprovechando cada segundo, cada chiste, cada reflexión, cada mapa y cada detalle. Por tanto, fue una desgracia que nos tuviésemos que separar, pero es imposible que dos naves puedan navegar amarradas mucho tiempo. Ya de nuevo en la lejanía no hacíamos más que recordar lo vivido juntos con alegría, nos comunicábamos más a menudo y no temíamos hablar con franqueza. No importaba que cada nave estuviese al borde del horizonte porque seguíamos ahí, ya hubiese calma o tormenta.

Pero la misión es la misión y nos veíamos obligados a surcar gélidos y lejanos mares, llenos de hielos traicioneros en mitad de trayecto. La goleta nos acompañó pero tuvo consciencia de que ella tenía que cumplir su propia misión y que no podía acompañarnos eternamente. Así que empezó a dudar en qué punto del camino se verían abocados a cambiar el rumbo. Nuestro barco, sin embargo, estaba lleno de felicidad y confianza y una vez superados los temores sospechaban que esta alianza iba a ser duradera, tanto que confiaba que pudiesen terminar la misión juntos y reunirse en algún puerto, o pedir futuras misiones en las regiones en donde la goleta se movía normalmente. Pero la nueva distancia y la zona de hielos perpetuos, unidos con la desesperanza de saber que la reunión de barcos realizada sería más una excepción que la regla hizo que empezasen a menguar las señales, o si eran con la misma frecuencia, eran más frías y correctas que lo que había pasado hasta la fecha. La tripulación de nuestro barco se puso impaciente y los nervios afloraron, por lo que en un intento de reflexión y aventurar una nueva reunión se perdiese el rumbo trazado. Dudando de si seguir con la misión aunque fuese de manera maltrecha o abandonarla para unirse a la goleta.

Un día de la misión hicimos una salva con nuestros cañones en honor de la goleta. La tripulación de este barco no eran aficionados a este ritual pero lo habían estado aceptando como parte de nuestras costumbres. Pero esta vez la salva fue o más duradera o más cercana de lo que estaban acostumbrados. O incluso sus reflexiones sobre la separación hicieron que aprovecharan el incidente para empezar a entablar una relación fría y distante. Sea cual sea el motivo el resultado fue el conocido. Las señales casi desaparecieron y las pocas que habían eran tratos de cortesía. En nuestro barco reinaba una atmósfera de incertidumbre, unos no creían que las salvas habían sido tan brutales o que les habían sentado tan mal. Otros empezaron a guardar fuerte rencor hacia los miembros de la goleta, ya que claudicaron y accedieron a la reunión a pesar de que sospechaban que tras la reunión la separación iba a ser dolorosa, pero que a fin de cuentas en un arrebato de locura aceptaron reunirse sin importar el evidente destino. Otros llegaron a la conclusión de que la goleta se había alejado por el bien de ambos barcos, que habían recordado nuestros temores iniciales y preferían enfriar el trato para no sufrir en la distancia. Tres opiniones para un mismo hecho, previamente temido y actualmente vivido. Mientras la goleta iba desapareciendo por el horizonte los debates en nuestra nave arreciaron como una tormenta, creándose dos corrientes de opinión: una parte quería que tras la misión se buscase a la goleta para otro nuevo abordaje y ver si todo había sido un alejamiento conducente a evitar pesares o era un alejamiento permanente. Parecería que si al acercarnos y ver frente a frente a los marinos de la goleta supiésemos de inmediato que no importaría lo que deparase el destino porque tomaríamos el relevo de seguirlos en el horizonte o si al vernos y parlamentar se llegaría a la conclusión de que sería mejor dejar el encuentro grabado en el diario de a bordo y dejarlo como un bonito capítulo, ya que reuniones o acercamientos no deseados sólo podrían conllevar el surgimiento de rencillas. Algunos elucubraron que los de la goleta no estarían por la labor de anular conversaciones y que estarían de acuerdo en que los acompañásemos, pero sólo acompañar, nada de un nuevo reencuentro. Pero la opinión mayoritaria en nuestra nave era que si esto traía malentendidos era mejor recordar con cariño.

Nos decidimos terminar la misión y explorar aquellos nuevos mares, recopilar información y aprender de la aventura y una vez llevada a cabo comenzar la búsqueda de la goleta. Pero el vigía comprobó que la goleta empezaba a acompañar otro barco, un barco de su misma bandera. Nuestra tripulación no se alegró pero racionalmente sabían que era lo mejor para la goleta, un barco que surcase los mismos mares y con gente conocida era lo mejor, no estar al horizonte esperando algo que quizás no pasará. Si la goleta con su nueva compañía iba a estar bien y sin tantas dudas y temores, el acompañamiento a otro barco era algo que podíamos acceder con gusto. Pero nuestra sorpresa fue que la última señal de que ojalá nos encontrásemos de nuevo tras la misión, sin importar que las tripulaciones de la goleta y el nuevo barco se uniesen, fue contestada con una negativa. La goleta sólo estaría dispuesta a avistarnos en el horizonte pero no para un abordaje para recordar buenos y viejos tiempos. Muchos de los nuestros temieron no poder entonces discernir si querían que se archivase todo o seguir acompañando aun en el horizonte. Parecería que si nos acercásemos se verían obligados a permitir el abordaje pero sólo por cortesía, no por ganas de verdad. Al capitán no le gustó nada la idea, aunque sólo se viesen a la distancia no podían negarle la libertad de navegar por el mismo mar, ya no para reencontrarse, sino por el placer de navegar en ese mar. Por tanto, antes de internarse en los quebradizos hielos todos se conjuraron que al voler visitarían cierto mar, estuviese o no la goleta, y que habría con ella intermitentes señales de cortesía, pero que definitivamente era mucho mejor guardar en el diario un bonito pasaje y olvidar posibles futuros inciertos.

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Publicado originalmente el  17-05-2010

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